UN VALIDO QUE NO ES VÁLIDO

Luis F. Linares López

Nada nuevo bajo el sol dice una frase del Eclesiastés, tan cierta como el axioma más elemental.  Lo comprueba la última aparición de un valido o favorito en el “centro” del Gobierno. La figura del valido me llamó la atención desde que leí sobre la historia española del siglo XVII, cuando los llamados Austrias menores – que mal gobernaron  y llevaron a España a una decadencia de la que nunca se repuso, luego de los gloriosos reinados de Isabel y los dos Austrias mayores (Carlos I y Felipe II) –  depositaron el poder en los validos, definidos en el Diccionario de la Lengua Española como hombre que, por tener la confianza de un alto personaje, ejercía el poder de este.

Un destacado historiador del Derecho de España, Francisco Tomás y Valiente, que estudió el período de los Austrias menores, afirmó que el valido ordenó y dirigió la maquinaria del Estado como ningún secretario real llegó a hacerlo y fue, según soplasen los vientos, odiado, respetado, obedecido y adulado como ningún secretario.  Los ingredientes característicos de esa figura eran la ambición de mando, la alta categoría nobiliaria y la inicial y profunda amistad con el rey, nacida desde antes que este fuera coronado. Aspectos todos que parecen sacados de la realidad guatemalteca. El arquetipo del valido es el célebre conde-duque de Olivares, inmortalizado por Diego de Velásquez en un cuadro tanto o más famoso.

Me llamó la atención la figura del valido porque, al repasar la historia de Guatemala, resulta raro el presidente que no ha tenido un valido o favorito, que goza de derecho de picaporte para el despacho y la casa presidencial. Ejerciendo o no un cargo en el Gobierno, aparte de la influencia en las decisiones presidenciales, se convierte en el intermediario de los negocios que requieren aprobación del gobernante o que no escapan a su codicia.  Ejemplos recientes los de Girón y Alejos, secretarios privados de Portillo y Colom respectivamente, o “robacarros Monzón” de Baldetti.  Que en los gobiernos se entronicen personajes como los mencionados es otro rasgo de subdesarrollo político e institucional, y de la patrimonialización del Estado, convertido en fuente de prebendas.

La coordinación de los ministros corresponde al presidente y al vicepresidente.  El presidente debe actuar siempre con los ministros, por eso despacha con ellos, lo que significa resolver o tratar un asunto o negocio.  Como ha señalado la Corte de Constitucionalidad, los ministros ocupan el tercer lugar en la escala jerárquica del Ejecutivo, detrás del presidente y vicepresidente, por lo que solamente ellos pueden darles órdenes y supervisarlos.  Adicionalmente, para comunicarse con los ministros cuenta con varias secretarías – excesivas por cierto – definidas por el artículo 8 de la Ley Organismo Ejecutivo como dependencias de apoyo a las funciones del presidente:  General de la Presidencia, Privada, de Asuntos Específicos, de Coordinación Ejecutiva de la Presidencia, etcétera.  Por ello, el “Centro de Gobierno”, al ser contrario a los mandatos constitucionales, carece de validez y es innecesario.