UN PAIS PROFUNDAMENTE DIVIDIDO

Luis F. Linares López

Estados Unidos es, desde inicios del siglo XXI, un país cada vez más dividido.   Las causas son varias, como en toda realidad social compleja, pero están estrechamente ligadas a la discriminación y a la exclusión.  Según un informe de BBC Mundo, el 11 % de los niños blancos viven en pobreza, pero entre los niños negros y latinos el nivel de pobreza llega al 32 % y 26 % respectivamente.  El Partido Republicano, como señalan los autores del excelente estudio titulado “Cómo mueren las democracias” (Levitsky y Ziblatt, profesores de Harvard), viene cayendo desde hace varios años en una espiral extremista, calificada por un senador republicano como “sobredosis de populismo, nativismo y demagogia”.  Ese partido dejó de ser una opción de derecho moderada para convertirse en la plataforma de supremacistas blancos que son, a la vez, fanáticos fundamentalistas, tanto religiosos como respecto al mercado.  Sarah Palin y el Tea Party son prueba del desplazamiento republicano hacia la extrema derecha, que alcanzó su punto culminante con Donald Trump.  

Trump ganó la presidencia por 304 votos electorales y 2.8 millones de votos menos que Hillary Clinton.  El 9 de noviembre de 2016 – como sucedió ahora con Biden – las cadenas de noticias anunciaron que había pasado del umbral de los 270 votos electorales y de inmediato, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, fue reconocido como presidente electo.  Para la victoria de Trump fueron claves los estados de Michigan, Pensilvania y Wisconsin, a quienes les vendió la idea de recuperar los empleos perdidos por la relocalización de la producción industrial en Asia.  Los afectados, obreros tradicionalmente vinculados con el Partido Demócrata, se sintieron defraudados porque el partido veía esas pérdidas como algo irremediable, parte de la lógica de perdedores y ganadores que generó la globalización.

El impacto negativo de Trump va mucho más allá de las fronteras de Estados.  Su gobierno es calificado por los autores del libro citado como el menos democrático desde Nixon y esa postura influye en la vigencia de la democracia a nivel global, como influye su negación de los efectos del cambio climático, la xenofobia y odio a los migrantes, y las ofensas a sus aliados europeos y de otros países democráticos del mundo. El abusivo tratamiento para forzar a México a renegociar el tratado de libre comercio es una muestra de su elogiada capacidad negociadora.  En cuanto a Guatemala el daño causado por el desmantelamiento de la CICIG y de la lucha contra la corrupción todavía no está adecuadamente dimensionado. Es una incógnita qué significará Biden para una mejor relación con América Latina y Centroamérica. Pero no cabe duda que la derrota de Trump debe verse como algo parecido al momento que cae una dictadura.  Se abre una ventana de oportunidad.  Biden tiene que esforzarse por reducir la polarización en la sociedad estadounidense, y eso pasa por un cambio radical en el estilo presidencial. Pasar del matón de barrio al político comprometido con la democracia, que busca el acuerdo a partir de las concesiones mutuas.  Solo eso ya es ganancia.