SOBRE EL CONCEPTO DE GOLPE DE ESTADO

Gabriel Orellana Rojas

En el ámbito que algunos tratadistas denominan «patología constitucional», el concepto de golpe de Estado ocupa un destacado lugar; y que, a pesar de las experiencias habidas en Europa como en la América Latina, lejos estamos de abolirlo.  Lo ocurrido este fin de semana en la República de El Salvador es una muestra elocuente.  

La vida y la obra de Gabriel Naudé, tiene múltiples facetas, entre las que destaca su aporte a la bibliotecología; ello, en embargo, no obsta para destacar, además, su obra como estudioso de la política y, dentro de su producción consagrada a este tema, destaca su obra titulada Consideraciones políticas sobre los Golpes de Estado, publicada en Roma en 1569.  A él se le atribuye haber acuñado el concepto ahora examinado. Para escribir estas líneas me valgo de la edición de Tecnos (1998); que contiene además un interesante Estudio Preliminar y notas de Carlos Gómez Rodríguez.  Valga agregar que su traducción es la primera en idioma español.

En el Estudio Preliminar de la obra de Naudé (página XXIX), Carlos Gómez expone algunos conceptos que se justifica resaltar.  Dice: «Debemos subrayar, en primer lugar, que el concepto central de golpe de Estado no posee la misma significación que suele dársele en nuestra época, Hoy el golpe de Estado hace referencia a la apropiación ilegítima y (casi siempre) violenta del poder.  En cambio, en el siglo XVII su significación era más amplia y, como dice Naudé, los golpes de Estado son: “acciones audaces y extraordinarias que los príncipes se ven obligados a ejecutar en el acometimiento de las empresas difíciles y rayanas en la desesperación, contra el derecho común y sin guardar ningún orden ni forma de justicia, arriesgando el interés de los particulares por el bien general.”» (Consideraciones Políticas sobre los golpes de Estado”, cap. II, p.80).  Y agrega el mismo Carlos Gómez que: «Cuando se trata ya no sólo de conquistar el poder, sino de conservarlo y cuando, para ello, resultan insuficientes cualesquiera otros procedimientos, el príncipe de debe estar en disposición de hacer uso de los golpes de Estado», y que Naudé piensa, asimismo que: «Es menester retardar o, cuando menos, no precipitar este tipo de ejecuciones, masticarlas y rumiarlas en el espíritu, traer a la imaginación todos los posibles medios para esquivarlas y, si puede ser, suavizarlas y hacerlas más llevaderas» [Naudé, ob. cit, cap. III, pág. 101].» 

Entre los estudiosos del siglo XX, especial atención me ha merecido lo dicho respecto del golpe de Estado por el tratadista español Nicolás Pérez Serrano (Tratado de Derecho Político, 2a. edición, Editorial Civitas, Madrid, 1984, No. 327, páginas 419-421): «Considerados a veces como una subespecie del género «revolución» y otras como modalidad peculiar de «dictadura», es de interés precisar su verdadero significado, harto frecuentemente desdibujado por la facilidad con que traslaticiamente se llama «golpe de Estado» a cualesquiera manifestaciones discutibles en el ejercicio de los poderes supremos. Por tanto, comencemos por advertir que no hay sino sentido figurado cuando la expresión se emplea, en la polémica política, para calificar y desconceptuar una decisión del Jefe del Estado, bien se trate de disolución parlamentaria, bien de crisis ministerial inopinada y antiparlamentaria planteada o resuelta, bien de destitución presidencial, anómalamente tramitada por las Cortes, etcétera. 

Constituye el golpe de Estado un suceso político que modifica violenta, brusca e ilegalmente el régimen jurídico establecido, y cuyo agente no es el Pueblo, sino la Autoridad, depositaria del Poder. […] Lo esencial es que, al margen del Derecho, que no puede prever, ni regular, ni menos consentir su aparición, se produce un movimiento, de origen no popular, aunque a la postre reciba aliento y asenso nacional en ocasiones, y en que el propio Jefe del Estado, o autoridades supremas y caracterizadas de él, se apartan de la legalidad y alteran perentoriamente las instituciones fundamentales. Podrá no hacerse uso material de la fuerza; pero será porque haya bastado para vencer resistencias con la simple amenaza de emplearla, pues el golpe de Estado necesita la apelación a ese resorte. Podrá prolongarse algo la lucha originada por la subversión, aunque es caso algo insólito; mas ello no resta verdad a la nota de transformación brusca que acompaña al fenómeno. Y, sobre todo, el síntoma patognomónico (ya que de Patología política hablamos) radica en ser los titulares del Poder los que lo esgrimen y utilizan para derrocar la estructura a que servían.»

A lo dicho resulta interesante anotar que, para Nicolás Pérez Serrano: «Las consecuencias del golpe de Estado pueden ser muy varias. Por lo menos, ha de acarrear una modificación de instituciones capitales, pues de lo contrario se trata simplemente de un cambio de Gobierno, más o menos ajustado a Derecho; además, y rota la continuidad jurídica, vendrá un Gobierno de facto, que procurará con mayor o menor celeridad conseguir su legitimación con arreglo a Derecho; finalmente, será muy probable que todo acabe en una Dictadura. Lo normal será que la etapa de poderes extraordinarios termine cuando se haya dejado establecido un régimen nuevo, acaso consagración legal de las motivaciones que inspiraba el movimiento.

La tendencia a que el golpe de Estado responde es, a no dudarlo, de sentido conservador o reaccionario; cabrá que en algún caso el propósito sea liberal, y que el resultado confirme una democratización de instituciones; convengamos, sin embargo, en que lo corriente es lo contrario; transformar la República en Monarquía, o convertir la Monarquía en Imperio. Lo cual no implica valoración peyorativa. Muy bien puede acontecer que los promotores del golpe de Estado tengan altísima conciencia de su responsabilidad, sincero deseo de salvar al País, sentido patriótico arraigado, ánimo decidido de acabar con situaciones de disociación política o regional que pongan en riesgo la unidad de la Nación, etc., etc.;  pero la trayectoria lógica y habitual del fenómeno, como corresponde al carácter aristocrático y minoritario de sus autores, es evidentemente la expuesta. […] Y en cuanto al enjuiciamiento del golpe de Estado en sí, tampoco cabe decir mucho; materia radicalmente desconectada del fallo jurídico, toca a la Historia y a la ética absolver o condenar, según sean en cada caso los propósitos que se perseguían  y los resultados que se lograron.» (Las cursivas son agregadas por quien hoy escribe).