POLÍTICOS Y POLITICASTROS

Gabriel Orellana Rojas

«Politicastro(a)», es una palabra de carácter despectivo que el Diccionario de la Lengua Española (edición del tricentenario) define como «Político inhábil, rastrero, mal intencionado, que actúa con fines y medios turbios.» Más me gusta la de Julio Casares, quien la define como «Político inepto o de ruines propósitos.» (Diccionario Ideológico de la Lengua Española, 2ª edición, Barcelona, 1963). El Conde de Romanones, traductor y prologuista de la obra El Político, escrita porde Luis Barthou, explica que, en su opinión, la palabra española «politicastro» es insuficiente para captar a plenitud los varios significados que tiene la palabra francesa politicien, motivo que le justifica mantenerla en su idioma original, aduciendo que, en su obra, Barthou explica con toda amplitud sus distintos matices.  Y los pasajes que de su obra hoy comparto ha de precederlos una advertencia –lo cortés no quita lo valiente— cual es de que cualquier semejanza con personajes de la vida real es mera coincidencia.

«La acción es la piedra de toque en que se reconoce al Político, cuya palabra debe ser una fuerza puesta al servicio del bien público. El politicien (politicastro) y el Político son personas distintas, como cosas distintas la política y la intriga. […] El politicien vive de política, que explota como un oficio. No tiene más recursos que los que la política le produce. Un acta es para él una profesión, de la cual hay que obtener, en honores y en dinero, cuanto pueda dar. Si cierto es que “no pensar más que en sí mismo y en el presente es una fuente de error en la política”, el politicien comete este error a sabiendas. Poco le importan el interés general y el porvenir.  Sólo se ocupa de sí mismo y de las ventajas que le reporten sus combinaciones. Juega a su juego, y al ganar alcanza su finalidad. No piensa en la gloria ni se toma molestia por imponer su nombre a la posteridad. El politicien se parece al Político lo mismo que un cómico de la lengua a un artista. El Político puede engañarse: el politicien engaña. Aquél tiene proyectos, planes; éste no tiene más que expedientes. Uno hace política; otro se alimenta de la intriga. Se les confunde con harta frecuencia, siendo distintos. […]»

«“El hombre que ha vivido algún tiempo de la intriga, no puede ya prescindir de ella: cualquiera otra vida le resulta sin interés” También esto es cierto en la política. ¿Es una razón para no hacer de ellas diferencia alguna? No está vedado al político ser hábil y sutil; son éstas, al contrario, cualidades requeridas; pero la habilidad no es la intriga, y la sutileza no es la picardía, “si no le agrega la mentira”. Se hace a veces “más de lo que se puede por disimular la propia debilidad y “para saber lo que se ignora”. Es preciso a veces dar la ilusión de que no se ignora lo que se ignora. Tampoco es cierto que “el rodeo o el atajo sea el camino más corto para llegar a los altos puestos”; a ellos se llega lo mismo por “lo que se llama el camino real”. La intriga excluye la abnegación; así, Lamartine dijo que “el egoísmo, al engañar a los otros, se engaña a sí mismo, mientras que la abnegación no se engaña nunca”. El camino real es el más seguro.»

«El Político tiene, desgraciadamente, que recurrir a los politiciens; él obra por deber, pero tiene que servirse de los que lo hacen por especulación. “Los pícaros son necesarios… cerca de los ministros, aún de los ministros mejor intencionados: en ocasiones no tienen sustitución posible. Honor, virtud, conciencia, son siempre cualidades respetables; pero muchas veces inútiles. ¿Para qué sirve en algunos casos un hombre de bien?”. Ya lo dijo Bossuet: “La virtud no se compadece con los negocios: hace falta algo más flexible que ella para atraerse el favor de los hombres; es demasiado seria y demasiado retraída…; quiere que se la vaya a buscar a su propia casa. […] toda la política no se hace sólo con las gentes honradas. Existen los otros, cuyo “empleo es delicado”, y es necesario saberlos manejar con prudencia, prohibiendo la familiaridad a ciertos hombres “avispados, diligentes, intrigantes, aventureros, espíritus peligrosos y perjudiciales”. […]»

«Se Censura menos al Político por sus amistades que por sus versatilidades, y, sobre todo, por las contradicciones en que incurre es lo que excita más la ironía de los demás y la indignación de los otros. ¡Como si él fuera el único en engañarse y en contradecirse! Basta ser hombre para ser falible.»

«Victor Hugo, en una edad y en una situación en que no podía ser sospechoso de hablar en propia causa, ha escrito con gran fuerza: “Mal elogio de un decir: Su opinión política no ha variado desde cuarenta años”.  Esto vale tanto como decir que, para él, no ha habido ni la experiencia de cada día, ni reflexión, ni repliegue del pensamiento sobre los hechos. Es alabar el agua por estar estancada, un árbol por estar muerto; es preferir la ostra al águila. Todo es variable, por el contrario, en la opinión; nada es absoluto en las cosas políticas, excepto la moralidad interior de estas mismas cosas. Ahora bien; esta moralidad es cuestión de conciencia y no de opinión. La opinión de un hombre puede, por consiguiente, cambiar honorablemente, con tal de que su conciencia no cambie… Lo que es vergonzoso es cambiar de opinión por el propio interés, y que sea un escudo o un galón el que os haga pasar bruscamente de la bandera blanca a la tricolor, y viceversa.» 

En fin, dicho sea con Bíblicas palabras: de todo hay en la viña del señor.