LOS CLANES POLÍTICOS COMO HERENCIA PERVERSA

Luis Fernando Mack

“El nepotismo y amiguismo dañan la democracia porque permiten a lotes y clanes capturar el estado” (Emmanuelle Barozet)

En las últimas semanas, he desarrollado una argumentación escalonada para intentar desentrañar el misterio de una sociedad que se niega tercamente a transformarse; un país que en algún momento pensé, estaba diseñado para no cambiar. Los acontecimientos desarrollados en Guatemala desde el 2015 a la fecha, parecen confirmar esta suerte de pesimismo informado que he ido construyendo a lo largo de tantos años de reflexión sobre las características más perversas de nuestro sistema político.

Argumenté sucesivamente que el caudillismo era la fuente del poder; la semana pasada, sugerí que el mecanismo oculto del poder era la red de conocidos, amigos y familiares que le hacen sentido a la definición atribuida a Otto Von Bismarck sobre que la política es el arte de lo posible. En ese sentido, el caudillo dirige una red de lealtades invisibles que se articulan para lograr derribar todos los controles y superar todos los obstáculos; lo que me hace falta es argumentar porque estas características se confabulan para impedir de manera sistemática, la posibilidad de un cambio real, aún cuando todo esté en proceso de cambio. El gatopardismo en su máxima expresión.

La definición de “pacto de corruptos” como esa la alianza de actores que tienen interés en mantener el poder le dio un nombre específico a ese mecanismo de redes del poder que se articulan para favorecer una inclusión plena de aquellos que pertenecen al estrecho círculo de los familiares, los amigos, los aliados y los conocidos, en ese orden de importancia. En ese sentido, el poder definido como redes configuran el campo de lo político en base a clanes, definición que también ilumina la principal característica de la política guatemalteca: la conformación de redes profesionales y/o institucionales que se han definido como corporativas.  

Lamentablemente, este mecanismo de poder no solamente caracteriza al pacto de corruptos: también a una buena parte de la sociedad civil que supuestamente intenta un cambio. En muchas oportunidades, he presenciado ese afán por incluir en los puestos principales, únicamente a los allegados. He visto partidos, supuestamente articulados bajo el discurso de cambio, convertirse paulatinamente en redes de amigos y familiares, desvirtuando por completo el discurso de cambio; he visto surgir espacios que supuestamente están diseñados para articular los procesos de cambio que se arrogan la potestad de indicar quién habla y quien no; quién dirige y quien no; quién tiene la voz autorizada para ser el portavoz del cambio, y quien no. Al final del camino, muchas instancias de transformación, simplemente se convierten en el espacio por medio del cual, los allegados intentan cooptar los espacios de poder. Por ejemplo, muchas organizaciones de sociedad civil operan simplemente como espacios para la inclusión del clan al que pertenece el jefe de esta.

La política, entendida como el funcionamiento de clanes, impide sistemáticamente la inclusión universal, basada por ejemplo en criterios de capacidad e idoneidad; por ello, puede considerarse que esta inercia caudillista es el auténtico obstáculo para un cambio verdadero. Por ejemplo, los supuestos líderes de la transformación en el proceso electoral 2019, fueron incapaces de sentarse en una mesa y ofrecer una alternativa única anticorrupción, justo por ello, aunque ha existido una demanda histórica para articular un gran frente común, en la práctica, ha sido imposible superar estas inercias centrifugas de la sociedad civil. El viejo adagio atribuido al emperador romano Julio Cesar: “divide y vencerás”, sigue siendo tan vigente hoy en día, como cuando se acuño,  hace miles de años.