LA VIOLENCIA COTIDIANA COMO UN MAL ENDÉMICO

Luis Fernando Mack

“La violencia, sea cual sea la forma en que se manifieste, es un fracaso”. Jean Paul Sartre (1905-1980) Filósofo y escritor francés.

Dos imágenes de la violencia cotidiana han vuelto a impactar recientemente, demostrando que nuestro país tiene un modelo de sociedad fragmentado, inconcluso y profundamente desigual. La primera escena es la de dos jovencitas que en plena calle, se abrazan momentáneamente; un momento después, aparece un sicario, que las persigue y las asesina en el acto; la segunda imagen es la de un joven atleta, que practicando su deporte favorito, el futbol soccer, es contemplado de cerca por sus padres, probablemente orgullosos del progreso de su hijo; un segundo después, otro sicario aparece, cegando la vida de ambos de forma instantánea. Una pequeña muestra de una sociedad que parece lentamente retomar los caminos de la barbarie, la indiferencia, la exclusión y el drama cotidiano, sin que se vislumbre un camino expedito para superar tantos y tan variados problemas que nos aquejan de forma recurrente.

Cuando la violencia se ha ejercido de forma sistemática, la sociedad tiende a acostumbrarse a tantas manifestaciones de la misma: por ejemplo, en el tráfico cotidiano, los vehículos más grandes y pesados usualmente hacen maniobras arriesgadas, como cambiarse de carril de forma abrupta, ir contra la vía, o simplemente estacionarse en plena calle para atender cualquier necesidad tal como comprar un bien o servicio, sin importarle los problemas que ocasiona al ya de por si caótico transito de la ciudad de Guatemala.

Lo peor es que la violencia, usualmente escala desde los sectores más poderosos y pudientes, extendiéndose hacia abajo como un cáncer: los estragos medios ejercen violencia contra los más bajos, mientras que en la periferia del poder, los mejor posicionados como los hombres, ejercen su dominio sobre las mujeres, y éstas, a su vez, hacia los que se encuentran en la cadena más baja del dominio social: la niñez y la adolescencia. Toda una cadena de violencias físicas, simbólicas, verbales y de todo tipo, que caracteriza a la sociedad guatemalteca tal como Thomas Hobbes la describió, hace muchos años, en la que describe la espiral de violencia que caracteriza lo que el llama “la guerra de todos contra todos”:

“En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde no hay poder común, la ley no existe; donde no hay ley, no hay justicia”. (Thomas Hobbes)

Otro tipo de violencia es la que ejercen las élites del país, maquillando sus intereses y deseos mezquinos con apariencia de legalidad; aspecto que explica, por ejemplo, la violencia institucional que se ejerce en El Estor, Izabal: las fuerzas de seguridad protegiendo empresas extractivas que lejos de preocuparse por el beneficio colectivo, parecen más enfocados en la extracción de ganancias, sin importar el legado de muerte y destrucción que dejan a su paso, ante la complacencia y la indiferencia de las autoridades, que lejos de convertirse en garantes del bien común, parecen simples guardianes de la acumulación desmedida de riquezas, tal como se ha caracterizado a Guatemala: un paraíso desigual, tal como lo promueve la iniciativa ciudadana que tiene el mismo nombre.

En el recuento de violencias, no puede dejar de mencionarse la violencia física, simbólica y emocional que sufren las mujeres en un país machista y discriminador; igualmente, la violencia étnica que se ejerce desde los sectores no indígenas, hacia las comunidades indígenas, y en esa misma línea, una larga lista de violencias que se ejercen de manera cotidiana, sin que el conjunto de violencias represente ya una sorpresa o una conmoción ciudadana: la capacidad de tolerancia al dolor es tan alto en una sociedad como ésta, que hace mucho que se superó el límite entre lo normal y lo anormal. El reto, en un entorno tan deshumanizante, es seguir siendo sensible al dolor y a la muerte, de manera que no olvidemos nunca a las víctimas cotidianas que esta sociedad nos arrebata de forma sistémica.