LA UNIÓN HACE LA FUERZA

Luis Fernando Mack

Una multitud vacilante se divide en facciones opuestas. –Virgilio.

Desde hace varios años, la sociedad guatemalteca se ha enfrascado en una controversia de alto nivel entre al menos, dos grandes grupos de actores: los que por décadas nos han gobernado, a fuerza de engaño, despojo e impunidad, y los numerosos grupos y actores que buscan afanosamente un cambio de rumbo, de manera que se logre modificar sustancialmente esta matriz institucional vigente, la cual ya no garantiza ni los intereses de los grupos hegemónicos, ni mucho menos satisface las inquietudes ni demandas de los grupos subalternos. En otras palabras, el actual sistema político- electoral está en una franca crisis terminal, por lo que es probable que estemos presenciando años fundacionales, en los que se sentarán las bases para una nueva etapa en la historia de Guatemala.

Por el lado de los actores en el poder, la consigna parece clara: no importa el costo ni el tiempo, es necesario preservar el modelo racista, machista, discriminador, excluyente y autoritario con el que se construyó este país, y para ello se valen del discurso de la legalidad: saben que desde siempre, la ley ha estado a su favor, aún cuando en los últimos años, ha habido avances legales e institucionales que no les favorecen. En ese sentido, han sabido interpretar hábilmente el marco legal e institucional, para mantener intactos sus intereses y prebendas.

Del otro lado, los impulsores del cambio han intentado desde el 2015 en adelante, depurar el sistema legal e institucional para que permita el correcto saneamiento del sistema, de manera que se eliminen los privilegios que permiten el cotidiano tráfico de influencias, el enriquecimiento ilícito y la articulación de redes clientelares que han sabido cooptar la institucionalidad del Estado, todo ello, amparado en el principio fundamental que se ha sabido mantener a lo largo del tiempo: la legislación solo se aplica al enemigo, mientras que el sistema protege al aliado y al amigo.

Lo bueno de este conglomerado por el cambio es que ha ido ganando en conciencia y en claridad en los últimos años: ahora es más fácil que el ciudadano sepa a ciencia cierta cuál es la raíz de los males que aquejan a Guatemala; lamentablemente, los impulsores del cambio son muchos y diversos, por lo que no existe una coherencia mínima, ni una agenda estratégica de transformación, por lo que estamos aún lejos de generar una fuerza consistente y sostenida de cambio.

Por ejemplo, aun cuando existen actores que pretenden promover reformas estructurales que pasan por un puñado de leyes e instituciones clave, persisten actores que no creen en el Estado de Derecho, ni tampoco creen en el fortalecimiento de las instituciones, debido a que saben que predominantemente, el marco legal e institucional ha sido construido para defender los intereses de los grupos dominantes.

En ese sentido, existen actores que aún sueñan con la destrucción total del sistema, aún si ello signifique promover acciones que riñen con la ley. De la misma forma, persiste la desconfianza en el mismo sistema, por lo que cualquier acusación en contra de algún funcionario, es creíble sin más, lo cual hace peligrar uno de los principios fundamentales del Estado de Derecho: la presunción de inocencia.

El discurso de legalidad, por lo tanto, es difícil de mantener en las actuales condiciones en las que existen tantos motivos y razones para desconfiar. Por desgracia, el único camino certero sigue siendo apostar por construir un nuevo sistema, para lo cual es indispensable alcanzar un acuerdo mínimo que permita impulsar los cambios estructurales que este país necesita: el famoso discurso de la refundación.

La parte compleja es que el camino de la transformación estructural requiere claridad y consenso para impulsar las reformas que sean necesarias. Pero mientras el grupo pro-cambio mantenga la discrepancia en temas clave, y persista la inercia tradicional a la dispersión que ha sido característica de quienes tienen el anhelo de cambio, el grupo dominante tendrá la ventaja permanente: saben que el tiempo y las condiciones estructurales están a su favor, por lo que apuestan a la paciente espera que detenga y revierta el impulso transformador.

La amenaza regresiva se siente Hoy más que nunca; por eso, el imperativo del cambio pasa por alcanzar la anhelada unidad, en medio de la diversidad.