LA PROMESA: FLORECERÁS, GUATEMALA

Luis Fernando Mack

“En este momento, el pueblo de Guatemala le está mandando un mensaje a quienes tienen el poder: estamos hartos y estamos dispuestos a que esta pesadilla termine más temprano que tarde” Víctor Robledo en el #29J.

El ciudadano guatemalteco, aparentemente dormido, finalmente empezó a despertar del letargo, luego de varios años de vejámenes constantes por parte del llamado #PactoDeCorruptos. Quizá aún no se moviliza tan contundentemente como en el año 2015 y 2017, cuando se produjeron los dos paros nacionales con mayor capacidad de convocatoria de la historia reciente de Guatemala, pero si logró movilizar a una pluralidad de actores: estudiantes universitarios, campesinos, profesionales, religiosos, comunicadores sociales, ciudadanos de a pie, pequeños y medianos comerciantes, quienes en un gesto de valentía y coraje, volvieron a llenar las calles de Guatemala en todos los puntos cardinales de nuestra patria, incluyendo a los nacionales que por una u otra razón, no están en nuestra patria.

El momento no pudo ser más oportuno: contrario a las manifestaciones del 2015, en la que se respiraba un aire de cambio y esperanza, en el 2021, se percibe más bien un entorno preocupante: las élites depredadoras y rapaces que nos gobiernan desde hace décadas quieren volver a recuperar lo perdido, avasallando los últimos bastiones institucionales que aún no controlan. Por eso, el intempestivo e ilegal despido del Fiscal Sandoval, fue la gota que derramo el vaso: la nefasta jefa del Ministerio Público finalmente logró apartar a uno de los pocos operadores de justicia independientes que aún quedaban: aliándose de forma abierta y descarada a aquellos que se han acostumbrado a vivir a costa de la miseria y el dolor de toda una sociedad.

Aunque memorable, la movilización de hoy probablemente no impacte en lo inmediato en los actuales actores en el poder, tan acostumbrados a desarrollar sus acciones en cámara lenta: apostarán a que las cosas se calmen, porque saben que una movilización como la de hoy, no puede sostenerse indefinidamente. Por ello, seguro se volverán a articular, para esperar a dar el siguiente golpe en su agenda de recuperación del terreno perdido, y lo más probable es que el próximo objetivo obvio, es el Procurador de los Derechos Humanos, Jordán Rodas, y la estrategia sería ya sea la remoción del actual titular de la PDH, o simplemente esperar la nueva elección, que tendría que ocurrir en agosto del 2022.

Pero la verdadera apuesta para los actores en el poder es el proceso electoral 2023: el objetivo es lograr que vuelva a imponerse en las urnas otro defensor de los intereses dominantes, de manera que las condiciones estructurales se mantengan sin alteración en el período 2024 en adelante. Para ello, apuestan a dos estrategias propias, y a una inercia clave que ya han probado ser sumamente efectivas: la primera estrategia es construir una animadversión entre dos candidatos o candidatas que opaque estratégicamente al resto, de manera que la contienda electoral se juegue entre dos males imaginarios o reales, tal como ha ocurrido ininterrumpidamente desde hace varios procesos electorales, tal como lo demuestra las oposiciones fundamentales en el período 1995-2019: Giammattei – Torres en el 2019; Morales – Torres – Baldizón, en el 2015; Pérez – Baldizón en el 2011; Colom – Pérez en el 2007; Berger – Colom en el 2004; Portillo – Berger en 1999; y Arzú – Portillo en 1995. La idea tras este plan maestro es que se reduzca la incertidumbre a dos opciones, lo que favorece el control, vía el financiamiento electoral.

La segunda estrategia está íntimamente relacionada con la anterior: apostar por la producción profusade campañas negras que posicionen la emotividad, más que la razón, en la contienda electoral. De esa forma, evitan que la ciudadanía se concentre en la discusión seria de los temas de campaña, evitando que los candidatos propongan programas y propuestas serias, con lo cual se extiende una suerte de cheque en blanco al nuevo gobierno, quien puede construir un gobierno sin mayor compromiso ni norte claro. La negación de la posibilidad real de cambio se complementa con la inercia de los actores subalternos, incapaces desde hace décadas de presentar una opción de consenso que se enfrente a los actores en el poder, tal como fue evidente en la elección del 2019.

La consigna, por lo tanto, debe ser que la ciudadanía logre mantener esa unidad que se alcanzó este memorable día del 29 de julio del 2021, y que los candidatos y partidos de oposición logren olvidar sus egos y recelos, para que logren finalmente construir una gran opción de consenso. Solo así se facilitará las condiciones para que realmente iniciemos un verdadero proceso de cambio; de lo contrario, la historia se repetirá: el presidente actual será el peor de la historia, al menos, hasta que no llegue otro peor, que invariablemente siempre será el nuevo presidente.