LA PREVISIÓN CONSTITUCIONAL DE ACEFALÍA.

Gabriel Orellana Rojas

De todas las constituciones que han regido en nuestro país, la Ley Constitutiva de la República de Guatemala es, decretada en 11 de diciembre de 1879 y derogada el 28 de noviembre de 1944, es la que más tiempo ha estado en vigencia.  Consecuentemente, es la que –por ahora—nos presenta la mayor cantidad de casos de acefalía o de casos en que existió la posibilidad de que ocurrieran. En esta entrega me ocuparé de la renuncia del Presidente Lázaro Chacón por causa de enfermedad inhabilitante y del accidente sufrido por el Presidente Juan José Arévalo, cuando ya regía la Constitución de la República decretada en 11 de marzo de 1945, derogada el 10 de agosto de 1954.

A finales de 1930 el Presidente Lázaro Chacón sufrió una hemorragia cerebral «que (le) produjo hemiplejía completa en el lado derecho, parálisis, facial del lado izquierdo y afasia motriz». Pese a que se trató de ocultar la situación por unas horas, sus médicos tratantes finalmente declararon “que don Lázaro no podía seguir actuando como Presidente de la República y suscribieron a este fin un acta.» (Rafael Arévalo Martínez, Ubico, Guatemala, 1984, pp. 15).  Dos años le faltaban para terminar su gestión administrativa, anota Héctor Gaitán (Los Presidentes de Guatemala, Guatemala, 1992, pp. 82).  Asumió el cargo el licenciado Baudilio Palma, segundo designado a la presidencia en virtud de que el entonces primer designado, el general Mauro de León, aceptó el cargo de Ministro de la Defensa.

Vigente la Constitución de la República decretada en 1945, ocurrió un solo caso que, por el peligro institucional que entrañó en su momento, resulta ser –sin duda—el más grave de todos los ocurridos en nuestra historia. Me refiero al accidente que sufrió el Presidente Juan José Arévalo Bermejo.   

En diciembre de 1945 –dicho sea siguiendo el relato de Mario Efraín Nájera Farfán— el presidente Juan José Arévalo «sufrió un grave accidente automovilístico. Extraído de las profundidades del selvático barranco en que cayó, lleváronlo directamente a la Capital, todo maltrecho y descalabrado.  Varias vértebras se le quebraron.  Tan grande era la altura desde la cual rodó; tan serias las contusiones, fracturas y dislocamientos, que la razón obligaba a esperar un desenlace fatal.  El médico de cabecera, atónito ante la magnitud del golpe, insinuó que el caso era de pronóstico reservado. Los políticos pensaron que Arévalo no superviviera o no quedara lúcido de tan aparatosa caída.» (Los estafadores de la democracia. (Hombres y hechos en Guatemala). Buenos Aires, Editorial GLEM, 1956, pp. 105). 

Según relato vertido por el propio Arévalo, luego de del accidente, al momento de ser trasladado a la capital desde Patzún, donde tuvo lugar el suceso, el Director de la Guardia Civil comprobó que su estado «era (el de) un cuerpo sangrante. Pero advirtió también que en lo intelectual yo estaba entero.» De la magnitud de sus heridas da cuenta lo siguiente: «el Presidente de la República estaba postrado en su lecho, enyesado desde la clavícula hasta la ingle […] en el accidente se lesionaron dos vértebras, cuatro costillas, aparte de numerosas heridas en el cráneo, la cara, los brazos y las piernas. […] Pero en ningún instante se debilitaron mis facultades mentales, una vez que hube  recuperado el conocimiento en el fondo del barranco.  Allí si lo había perdido durante 45 minutos.» (Despacho presidencial, obra póstuma, Guatemala, Editorial Oscar de León Palacios, 1998, pp. 134-135).

Lo trascendental y demandante en aquellos momentos era –dicho sea con palabras de Francisco Villagrán Kramer— «asegurar la continuidad del proceso; la seguridad de que, so pretexto del accidente o  las caudas que este dejare en la persona del Presidente, no se produciría un alzamiento militar. Había que cerrarle el paso a un cambio busco de gobierno o un golpe de Estado. Asimismo, en la eventualidad que el Presidente falleciere o quedare inhabilitado para ejercer el cargo y se tuviere que seguir el curso de sucesión previsto en la Constitución, era importante favorecer la continuidad y la estabilidad a fin de que el curso revolucionario no se detuviere abruptamente.»   En cuanto a la situación a corto plazo, cual era el riesgo de que el Presidente Arévalo «falleciere o quedare inhabilitado para ejercer el cargo, el orden de sucesión presidencial previsto en la Constitución, no ofrecía problema alguno, –Presidente del Congreso, Presidente de la Corte Suprema de Justicia—pero, conforme a la Constitución, se debía elegir un nuevo Presidente dentro del improrrogable plazo de 4 meses.»

Afortunadamente la historia tuvo un final feliz.  Según escribe Villagrán Kramer: «Para fines de año [1946], el Presidente Arévalo se había notable y notoriamente recuperado, (algunos decían que se debía a su “consistencia teutónica” ya que en sus mocedades normalistas le apodaban «América Chelona» y otros a los ungüentos de Taxisco) […].» (Biografía Política de Guatemala –los pactos políticos de 1944 a 1970—, 2ª. Edición, Flacso, 1993, pp. 50-52).