LA PATRIA QUE YO ANSÍO

Luis F. Linares López

En el tercer tomo de la “Historia de la literatura guatemalteca”, de los doctores Catalina Barrios y Francisco Albizúrez Palma, los autores afirman que Julio Fausto Aguilera, poeta jalapaneco nacido en 1928, es uno de los principales de la segunda mitad del siglo XX.  En un diálogo en su homenaje, dos destacados poetas, un poco más jóvenes que él, Luis Alfredo Arango y Francisco Morales Santos, lo calificaron como uno de los mejores poetas de Guatemala.  Lamentablemente, poco conocido por las generaciones actuales que, en general, tienen escaso contacto con una literatura guatemalteca que cuenta con autores de enorme mérito.  

Hace una buena cantidad de años, en la Municipalidad de Guatemala, conocí a don Julio Fausto, quien laboraba como bibliotecario en la División de Educación y Cultura, a cargo de don Augusto Enrique Noriega, intelectual destacado y hombre auténtico, que realizó una gran labor de difusión con las “Ediciones Populares”.  Una de ellas fue dedicada al poeta Aguilera, y el primero de los poemas se titula “La patria que yo ansío”, cuyo contenido me maravilló desde la primera lectura, y del cual transcribo sus primeros versos:

                                                               “La patria, les decía, es una casa

                                                               donde vivimos todos como hermanos.

                                                               Es una hermosa casa, mis amigos,

                                                               que todos afanosos levantamos”.

Esa casa, agrega en otros versos, es despensa para todos, es luz, es gozo, no conoce mendigo ni parásito.  Es una casa que no teníamos entonces– es la casa que no existe, dice también el poeta – y no tenemos ahora.  Es la que casa que todos levantamos, pero donde no todos encuentran cabida. No menos de dos millones de guatemaltecos, mayoritariamente jóvenes, han tenido que buscarla más allá del río Grande, enfrentando enormes riesgos y sufrimientos para obtener un ingreso que les permita sostener con un poco de holgura a la familia que se queda acá.  Y que solamente importan para la política económica en la medida que  se mantenga el flujo de remesas, pues de ella depende la estabilidad macroeconómica y el equilibrio de la balanza de pagos.

Esa casa que llamamos Guatemala tiene el potencial de producir riqueza suficiente para ofrecer una vida digna y un trabajo decente a todos sus habitantes.  Pero las enormes brechas de desigualdad, la absurda concentración de la riqueza existente en Guatemala, no solamente provocan que una parte considerable de la población tenga ingresos precarios e insuficientes, si no que frenan el crecimiento económico, condenándonos a ser un país exportador de gente.

Cuando estamos a un año de conmemorar el bicentenario de la independencia, que poco significa para la inmensa mayoría de la población, pues no tiene un impacto positivo en sus vidas, debemos reflexionar sobre la necesidad de construir esa patria ansiada, que pasa por alcanzar una verdadera democracia, pero no solamente formal, política.  Debe ser, también, una democracia social, sin desigualdades abismales, donde todos tengan oportunidades reales, no meramente formales, y asegurado un razonable nivel de bienestar.  Un Estado libre, soberano e independiente sí. Pero garante del bien común.