LA IMPOSTERGABLE REFUNDACIÓN

Luis Fernando Mack

“Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa”. Barón de Montesquieu

Desde hace un tiempo ronda en el medio la noción de refundación, entendida desde ambos polos de la dominación en forma diferenciada, pero basadas en una clara conciencia de que el entramado legal-institucional que le dio vida a la democracia en el período de transición ocurrida entre 1983 y 1985, ya está agotado. Las cada vez más frecuentes voces sobre la crisis del Estado de Derecho y los continuos alegatos sobre anomalías en la promulgación y la aplicación de la ley, demuestran que el actual sistema político-electoral está en franca crisis.

Para los sectores subalternos, el actual sistema está caduco, porque se erigió desde siempre sobre la base de la profunda y total discriminación a todo aquel que no fuera descendiente de los españoles nacidos en nuestro país – los criollos-. Posteriormente, el modelo criollo de dominación se amplió para empoderar a todo aquel que, llegado desde el exterior, pudiera demostrar ciertas habilidades que le permitieran escalar de forma rápida y expedita, en la red de relaciones locales. El malinchismo evidente, que sistemáticamente desprecia y excluye lo nacional y autóctono, es una parte medular del ADN chapín, por lo que en el imaginario popular, refundar significa destruir ese legado discriminador, profundamente machista y con orientaciones claramente malinchistas.

Para los actores dominantes, el actual sistema ya está caduco, porque los controles y defensas que erigió el sistema, se han vuelto insuficientes para contener la cada vez más sentida y articulada movilización: el crecimiento de movimientos como CODECA, o partidos que sin ser del todos subalternos, son considerados una clara amenaza hegemónica como la UNE, representan signos de alarma para la clase dominante, que sintió fuertemente la amenaza del cambio en las pasadas elecciones 2019, donde se jugaba el control del sistema. Afortunadamente para ellos, finalmente llegó al poder un férreo defensor del status quo, pero la amenaza de cambio sigue latente, y por eso quieren refundar: necesitan rescindir algunos de los espacios controlados que permitieron como mecanismo contrainsurgente, de manera que se rediseñe un nuevo sistema de dominación más funcional.

En medio, la necesidad de refundación que proviene de la convicción de los actores internacionales, que vieron en el período 2015-2017, un experimento valioso para aprender cómo transformar la estructura política de sociedades como la nuestra. En particular, con la llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos, el socio comercial más importante de Guatemala ha enfocado sus estrategias en promover un cambio estructural que asegure la disminución de las migraciones locales hacia el norte, y la conciencia es que para ello, es indispensable una refundación que favorezca la gobernabilidad y la bonanza económica, de manera que se construyan “muros de prosperidad” para desalentar el impulso a migrar.

Ante este panorama de diversas “refundaciones”, indudablemente es muy probable que en los próximos meses o años, se decanten las condiciones políticas que favorezcan un gran cambio institucional. Para que ello ocurra, sin embargo, debe crecer un consenso que permita establecer un punto medio entre tantos objetivos disimiles y antagónicos de la refundación.

Lo ideal es que se diera lo que Viviane Brachet Márquez llama “pacto de dominación”, y que la autora describe de la siguiente forma: “El pacto de dominación es el conjunto de reglas institucionalmente sancionados y coercitivamente sancionadas que especifican quien obtiene que en un momento histórico dado”. Idealmente, este pacto debería promover una mayor inclusión de los grupos subalternos, pero garantizando a los grupos dominantes el control. En teoría de juegos, este tipo de pacto en donde todos pierden algo, pero en donde también todos ganan algo, se llamaría un juego suma variable: un tipo de transacción cooperativa que permitiría a los actores dominantes mantener el control político, pero garantizando a los actores dominados una mayor participación de la riqueza y los beneficios del desarrollo mediante la construcción de un Estado de derecho equitativo y de instituciones públicas eficientes y modernas.

Cualquier otra solución sería un juego suma cero: del lado dominante, la simple regresión autoritaria, y del lado subalterno, el triunfo de la revolución. El costo social, político y económico de ambos extremos sería tan elevado, que justo por ello, esta perspectiva catastrófica debería obligar a los contendientes a ser más proclives a la negociación y la búsqueda de puntos de encuentro.