LA HIDRA

Andy Javalois

Las circunstancias de Guatemala, de campante impunidad, descarada corrupción, indiferencia de muchas personas, donde incluso, no faltan quienes se regodean ante la ausencia de los derechos y garantías más fundamentales, y en particular, al ser un país en el que reclamar o ser crítico del estado de cosas hasta puede costar la vida, me hace reflexionar ahora que se habla de celebrar 200 años de independencia.

Tras el supuesto retorno a la senda democrática en 1984, en que aparentemente se abrió un espacio de participación política y la posibilidad de concretar un proyecto que pudiera allanar el camino de la paz, el desarrollo y, en general, el bien de todos los habitantes del país, se puede atestiguar como con paso firme, se ha buscado sistemáticamente destruir toda posibilidad de que ello ocurra.

Desde que hace 200 años se separaron los países centroamericanos del dominio de la corona española, parece ser que en Guatemala se ha tenido cierta tendencia a favorecer liderazgos autoritarios, como los representados por Rafael Carrera, Justo Rufino Barrios, Manuel Estrada Cabrera y Jorge Ubico. El abuso cometido por personajes como los citados, durante buena parte de nuestro “período independiente” fue soportado, siempre y cuando no se afectaran intereses de ciertas personas y sus grupos en el país, mientras los demás pues podían correr cualquier suerte.

Dentro de esta dinámica de vida “independiente” se arrastraron lacras sociales aprendidas durante los períodos de invasión y régimen colonial del reino peninsular. Así el cumplimiento aparente de la ley se volvió característico del país. De esa cuenta, hasta el presente, se suele escuchar entre las personas que ejercen algún tipo de autoridad, que son respetuosas del Estado de Derecho, del debido proceso y de la presunción de inocencia. Por supuesto que esto no resulta más que una declaración vacua, pues sus actos son incoherentes con la misma. Sería más preciso decir que buscan favorecer la consolidación de la cleptocracia y defenderla a toda costa.

También llama la atención, las particulares formas para optar a los cargos públicos, que nada tienen que ver con lo preceptuado en el artículo 113 de la Constitución Política de la República de Guatemala. En muchos casos parece que para optar a estos cargos se deben interpretar los requisitos constitucionales al revés.  Y es que se sigue al pie de la letra la máxima de que hay que guardar las apariencias. Entonces puede que los primeros en propender a la contravención de la ley sean los mismos llamados a hacerla cumplir.

Ahora bien, si a estas condiciones se le suman otros elementos como lo puede ser la sistemática separación entre quienes integramos la sociedad guatemalteca, el desconocimiento casi absoluto de los derechos y garantías fundamentales, ciertas ideas paradigmáticas que han sido aprovechadas por las redes cleptócratas, la aquiescencia de algunas personas de las clases económicas con mayor poder adquisitivo, entre otros factores no menos relevantes, se puede comprender como se ha llegado hasta el punto de que haber dejado nacer y crecer a la Hidra de la cleptocracia en la que se han convertido las instituciones Estatales y con ramificaciones en otros sectores.

En la mitología griega, la Hidra de Lerna era un antiguo y despiadado monstruo acuático con forma de serpiente con varias cabezas. Poseía la virtud de regenerar dos cabezas por cada una que perdía o le era amputada, y su guarida era el lago de Lerna en el golfo de la Argólida (cerca de Nauplia). De acuerdo al mito, Heracles, durante el segundo de sus doce trabajos, disparó flechas en llamas al refugio del monstruo para obligarlo a salir. Entonces se enfrentó a ella con su espada y empezó a cortarle las nueve cabezas que tenía. Pero cada vez que le cortaba una, otra renacía en el mismo lugar más fuerte que la anterior. Su sobrino Yolao le ayudó quemando el cuello de la cabeza cortada para que no renaciera otra. Al final, la Hidra murió sin cabezas y Heracles mojó las puntas de sus flechas con la sangre de la Hidra para que así fueran mortíferas para quienes hiriese.

La Hidra de la cleptocracia dirige este país, este monstruo en efecto, como relata el mito, tiene muchas cabezas, se pueden decapitar una, dos, tres, no importa cuantas, siempre resurgen dos en su lugar mucho más fuertes. Quienes se han atrevido a enfrentarla, han caído víctimas de su ponzoña legalista (no de auténtica justicia), otros se ven compelidos para resguardar su integridad y seguro la vida, a optar por el exilio. Algunos más son criminalizados y escarnecidos a través de las redes sociales, e incluso de medios de comunicación tradicionales al servicio de este monstruo, que parece haber hecho su morada permanente en suelo guatemalteco.

Para infortunio de Guatemala, hasta el momento no se ve en el horizonte, un Heracles que pueda enfrentársele y derrotarla. Es más, si se analiza con detenimiento lo narrado en el mito griego, se puede inferir que, hasta el poderoso hijo de Zeus, requirió de la asistencia de su sobrino mortal, para poder vencer a semejante creatura. Tal vez en ello resida la clave, de dejar de actuar por separado, que haya quien cauterice los cuellos cercenados para que no vuelvan a crecer las cabezas de la Hidra. De lo contrario, después de 200 años de declarada la independencia, es muy probable que el país solo sea la fuente exclusiva de sustento para la monstruosa cleptocracia.