LA GUATEMALA MÚLTIPLE

Luis Fernando Mack

“La nacionalidad no aspira ni a la libertad ni a la prosperidad, sino que, si le es necesario, no duda en sacrificar ambas a las necesidades imperativas de la construcción nacional”. Lord Acton, historiador y político inglés.

La noticia de la semana ha sido el daño causado a dos estatuas en la Avenida Reforma de la ciudad capital, por un grupo de manifestantes que conmemoraban el día de la resistencia indígena y campesina, mientras que ese mismo día, se celebraba para otro grupo de población el día de la hispanidad: una pequeña muestra de que en realidad, no existe una única Guatemala. En realidad, conviven en nuestro pequeño país, múltiples proyectos políticos y económicos que hacen de nuestra sociedad, una de las más convulsas de la región.

Contrario a lo que ocurre en otras sociedades, en donde existe un criterio básico que identifica un “sentir y orgullo nacional”, la Guatemala del siglo 21 sigue exhibiendo un alto grado de división y enfrentamiento, producto de la miopía histórica de la clase dominante guatemalteca, tan empecinada en construir una Guatemala donde predomine la influencia extranjera, europea, norteamericana o de cualquier latitud que esté de moda, mientras se sigue negando los derechos y las oportunidades a los pueblos originarios, a los mestizos, al pueblo humilde y trabajador, que es el que debería estar en el centro de los discursos de la identidad nacional.

El nacionalismo chapín, lejos de establecer un horizonte conceptual e histórico donde todos los habitantes de este hermoso país puedan identificarse, ha intentado imponer una visión etnocentrista de la identidad, donde prevalecen los personajes de tez blanca, con una marcada fascinación por los rasgos anglosajones y las tendencias europeas, tal como por ejemplo se demuestra en la construcción de la ciudad Cayalá, que puede verse como un monumento magnífico de esta marcada tendencia a la negación del origen y la identidad netamente nacional. Paradójicamente, la esencia nacional, para estos grupos dirigentes, se basa en esa permanente necesidad de vaciarse de contenido local, para intentar ser lo que no se es, en un vano esfuerzo por adoptar todo lo que nos es ajeno o extranjero.

La miopía dominante ha sido tan ciega y sorda al clamor de los pueblos originarios, que durante todo el año 2021, insistió tercamente en enfatizar unas razones banales y pírricas para intentar construir un discurso de orgullo que no encaja en la lectura de la realidad; justo por ello, dos tendencias fuertemente sociales se opusieron férreamente a este vano esfuerzo por un descolorido y poco pertinente bicentenario: uno, enfatizando la necesidad de reflexionar sobre el hecho de que no hay nada que celebrar, y otro, más radical, despreciando radicalmente tal festejo con la frase “bicentenario de mierda”.

Si algo se han caracterizado los grupos dominantes guatemaltecos, por lo tanto, es a mantener sus ciegas posturas, sin importarles mucho los llamados a la reflexión o al reconocimiento de los errores. Es en este contexto de empecinamiento a celebrar, en vez de haber aprovechado para iniciar el diálogo para promover una unidad en la diversidad, es que se produce las acciones en contra de dos monumentos emblemáticos de la avenida Reforma: el monumento a Reina Barrios, y el dedicado a Cristóbal Colon. Sin pretender justificar estas acciones, es comprensible la frustración que probablemente sintieron los manifestantes, cansados de ser ninguneados por un Estado que lejos de intentar conciliar las visiones, simplemente ha continuado tercamente con sus visiones y mensajes.

Lo ocurrido esta semana, por lo tanto, se enmarca dentro de la lucha por el dominio de las narrativas que dominan lo público en nuestra fragmentada sociedad, que ni siquiera ha llegado a un acuerdo sobre la historia, mucho menos, sobre el devenir de esta sociedad.

Mientras exista ese desconocimiento sistemático y esa tendencia al racismo y la exclusión de los pueblos originarios, seguirán instalándose las narrativas y las acciones de resistencia de unos pueblos que lejos de rendirse, siguen en pie de lucha: una lucha silenciosa, por momentos pasiva e invisible, pero firme y constante, como se ha demostrado en los incidentes de la Avenida Reforma.