LA GUATEMALA DUAL

Luis Fernando Mack

“En Guatemala, cada veinte años, retrocedemos veinte.” Luis Alfredo Arango

Desde que el 31 de mayo de 1985 se promulgara la actual Constitución Política de la República, la sociedad guatemalteca ha buscado sistemáticamente formas de superar la herencia institucional del pasado, marcada por el autoritarismo político, la exclusión socioeconómica de la mayoría de la población, el racismo estructural y la falta generalizada de oportunidades, especialmente para los grupos tradicionalmente excluidos: los pueblos indígenas, las comunidades rurales, las mujeres y los jóvenes, entre otros muchos grupos vulnerables. 

En el papel, Guatemala ha tenido todo para ser una sociedad próspera, estable e incluyente. La Constitución Política de Guatemala de 1985 fue creada específicamente para marcar un antes y un después en la historia, ya que con ella se iniciaba el proceso de transición a la democracia. Once años después, los acuerdos de Paz promovieron igualmente una agenda pensada para superar la etapa de enfrentamiento armado interno, y dentro de los muchos intentos por construir una sociedad más incluyente, en el 2003 se firmaba la Agenda Nacional Compartida. El espíritu de todos esos documentos es el mismo: construir una sociedad incluyente, democrática y en paz, tal como se aprecia en la siguiente lista:

Lamentablemente, por alguna razón que intentaremos desentrañar en el presente análisis, ninguno de estos esfuerzos ha logrado alcanzar sus objetivos, por lo que el panorama político, social y económico de Guatemala sigue estando dominado por el autoritarismo, el racismo más radical, la violencia, la exclusión sistemática de la mayoría de la población y la falta generalizada de respuesta del Estado a las carencias más sentidas de los grupos vulnerados; lo cual no significa, claro está, que Guatemala sea un país pobre y subdesarrollado; todo lo contrario: El Banco Mundial EN EL 2019, declaró que Guatemala tuvo “uno de los mejores desempeños económicos de América Latina, con una tasa de crecimiento por encima del 3 por ciento desde 2012 y que alcanzó el 4.1 por ciento en 2015”.

De hecho, Guatemala es la mayor economía de la región centroamericana, pero también una de las sociedades con los peores indicadores sociales de América Latina:

La herencia de exclusión y violencia estructural, por lo tanto, es el sello característico de Guatemala que no ha sido posible revertir, pese a que todos los procesos sociales y políticos desde 1985 a la fecha lo han intentado. Las malas noticias, sin embargo, no alcanzan a toda la población: hay sectores minoritarios que viven en un paraíso, debido a que las condiciones estructurales que han diseñado, les favorecen ampliamente: desde el punto de vista estructural, por lo tanto, la visión sobre Guatemala cambia radicalmente, dependiendo desde que lentes se visualice la realidad: desde la óptica de los actores dominantes, el futuro se visualiza de forma positiva, ya que se enfocan primordialmente en mejorar el clima de negocios, apoyándose de forma abierta y radical en la institucionalidad del Estado, de forma que sistemáticamente se ven beneficiados de las decisiones de política pública. Por ello se habla de un Estado Capturado por los intereses económicos dominantes, debido a que el tipo de institucionalidad que se construyó en Guatemala concentra el poder en los pocos sectores privilegiados, dejando en el desamparo a la mayoría de la población, que debe buscar la forma de sobrevivir por cuenta propia.

Hablar de Guatemala, por lo tanto, es pensar en la herencia de autoritarismo, exclusión y desigualdad con la que se construyó esta sociedad, considerada como una de las más complejas, graníticas e inamovibles del continente, lo cual es compatible con el brevísimo relato de Luis Cardoza y Aragón: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. La única forma de avanzar realmente, es encontrar la fórmula para construir realmente un país nuevo y renovado, en donde los beneficios del desarrollo no se concentren únicamente en los sectores que siempre se han beneficiado del sistema. Paradójicamente, esos sectores dominantes no han entendido que más beneficios para todos no significa menos para ellos: todo lo contrario. Las sociedades más prósperas y estables no se han construido sobre los cimientos de la desigualdad, sino sobre las bases del desarrollo compartido. Como bien dice el dicho anónimo: “La desigualdad social es más violenta que cualquier protesta”.