LA DOBLE MORAL PÚBLICA COMO FUENTE INAGOTABLE DE ANOMIA

Luis Fernando Mack

“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces· Por sus frutos los conoceréis” (Lc. 6.43-44)

En los países como Guatemala abundan las declaraciones fantásticas y maravillosas: el presidente Giammattei habla constantemente de la unidad, del trabajo que realiza todos los días por el bien del país, y siempre termina sus mensajes alabando a Dios y pidiendo por la bendición divina; la fiscal Porras, desde el inició de su administración, habla de respeto al Estado de Derecho, del combate a la corrupción y del apego al principio de legalidad sin sesgos ni intereses ideológicos; los empresarios, los líderes políticos, los funcionarios y los actores de sociedad civil, hablan en general de trabajar por el desarrollo del país y por construir un país grande, incluyente y próspero.

En el discurso, los guatemaltecos nos destacamos por ser creyentes de Dios, honrados, cumplidos, bienintencionados y trabajadores; en el ámbito legal, los decretos y normas empiezan declarando intenciones loables y oportunas con las que supuestamente se solucionaran todos los problemas. Como país, prácticamente contamos con las leyes, las instituciones y los discursos que cualquier sociedad necesitaría para salir delante de todos los problemas que enfrentamos: somos en el papel, el paraíso en la tierra.

Las frases rebuscadas y las buenas intenciones, sin embargo, frecuentemente esconden una marcada doble moral: en el nombre de Dios, se roba, se miente, se engaña; invocando la legalidad, se retuerce la ley y se incumplen los reglamentos; buscando el desarrollo, se niegan las posibilidades futuras de grandes conglomerados humanos, a quienes se le condena a la miseria, la enfermedad y la muerte dolorosa.

La doble moral no solo campea en los ricos y en las altas esferas: en el diario vivir, muchos guatemaltecos de frente pueden sonreír, abrazar y dar la mano en señal de amistad y buenas intenciones, pero una vez alejado del interlocutor, trabajar precisamente para destruir, engañar y robar. La capacidad de engaño y mentira, de hecho, se ha sofisticado de forma tan grande, que muchas personas se han vuelto expertas en el arte de dar excusas, o en la capacidad de protagonizar personajes y funciones que no tienen: abundan en la calle personas que se hacen pasar por bomberos, desamparados o necesitados, aún sin serlo, escondiendo el objetivo de vivir sin necesidad de esforzarse, viviendo a expensas de la ingenuidad y la buena voluntad de los demás.

El concepto de anomia por eso describe tan bien esta cotidiana realidad en la que las apariencias engañan, haciendo imposible distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo éticamente correcto de lo inmoral y torcido: la víctima y el victimario, confundidos en una amalgama tan compleja y difícil de diferenciar, que en la realidad, es imposible distinguir al verdugo del salvador.

Esta doble moral explica, por ejemplo, el discurso de todos los presidentes que han llegado al poder desde 1985 a la fecha: prácticamente todos prometieron cambios que nunca realizaron; se comprometieron con agendas que nunca desarrollaron; se trazaron metas y objetivos que nunca estuvieron dispuestos a alcanzar. Abundan en el ámbito gubernamental, muchos informes de labores repletos de logros inexistentes, de metas supuestamente alcanzadas que no reflejan en la realidad los beneficios que se pregonan.

En el ámbito administrativo, abundan controles burocráticos y engorrosos supuestamente destinados a evitar el despilfarro y a promover el buen desempeño de los trabajadores, pero que en realidad no evitan ni los gastos superfluos, ni la deliberada ineficiencia y falta de compromiso de muchos empleados públicos, por lo que las carencias institucionales se multiplican y se mantienen inalterables, pese a que cada autoridad se comprometa discursivamente con el cambio.

Guatemala es por ello el reino de las paradojas y las falsas ilusiones: diariamente debemos diferenciar al necesitado del aprovechado; al honrado del deshonesto; al trabajador del holgazán, al que dice la verdad del mentiroso, a la víctima, del victimario. Quizá por ello, la sabiduría popular no se inmuta ni se angustia, porque sabe que aunque se cambien los nombres de quienes gobiernan, la doble moral seguirá siendo la regla no escrita de la política guatemalteca.