LA DEMOCRACIA Y LA DESIGUALDAD: EL DESAFÍO PENDIENTE

Luis Fernando Mack

“Por cada dolor, se levanta una rebeldía”. María de Jesús Patricio

La teoría de la democracia ha intentado desde varias décadas desentrañar las dificultades y problemas que enfrentan las democracias modernas, y uno de los focos importantes del debate se ha centrado en la forma en que los regímenes democráticos resuelven o disminuyen los problemas que acarrea la desigualdad.

Una de las primeras nociones al respecto se desarrolló en la década de los años sesenta y setenta a partir de las reflexiones de Samuel Huntington y del informe de la comisión trilateral, que concluyeron en la llamada tesis conservadora de la gobernabilidad: la idea de que cuando el sistema democrático recibe demasiadas demandas, la presión puede hacer colapsar el orden político, por lo que se desarrolló la idea de gobernabilidad como simple contención y administración del descontento social. Esta visión, de hecho, ayudó a visualizar el principal desafío que enfrentó la transición a la democracia en muchos países de la región: los años ochenta fueron caracterizados por la oleada de procesos de apertura democrática, pero también por los procesos de recesión económica y estancamiento, al punto que los ochenta fueron declarados como la “década perdida”. La democracia no había surgido en el mejor momento.

Para sociedades como Guatemala, en donde la transición a la democracia ocurrió después de dos décadas de una sangrienta guerra civil caracterizada por la represión y la creciente desigualdad de la mayoría de la población, el desafío era doble: la democracia era vista como la esperanza de un cambio de rumbo en la matriz autoritaria y excluyente que siempre ha caracterizado a nuestro país. Tres décadas después, sin embargo, la desigualdad, lejos de disminuir, se ha acentuado, con lo cual el sistema sigue arrastrando una deuda que nunca ha podido resolver.

Lamentablemente, la desigualdad tiene un efecto corrosivo sobre la democracia, ya que el sentimiento de injusticia y de insatisfacción produce no pocos conflictos y problemas: por eso, desde la teoría de la democracia, tradicionalmente se pensaba que la democracia tendería a producir sistemas justos y equitativos -lo de gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo-, y que el sentimiento de justicia llevaría a un fortalecimiento del sistema democrático. Este círculo virtuoso, lamentablemente, nunca se produjo en Guatemala.

La pandemia por COVID 19 agravó esta deuda histórica de la democracia en la región: la CEPAL, en su último informe, estima que el total de personas pobres ascendió a 209 millones a finales de 2020, 22 millones de personas más que el año anterior. Para el caso de Guatemala, el reto es aún mayor, ya que antes de la pandemia, ya nuestro país tenía el dudoso honor de ser uno de los países más desiguales del planeta, tal como constata el informe de OXFAM del 2019 “Entre el suelo y el cielo”:

“A pesar de ser uno de los países más ricos y diversos de América Central, Guatemala padece uno de los niveles de desigualdad más altos del planeta.  El crecimiento económico no ayuda a reducir la pobreza, porque detrás hay un problema estructural de gran magnitud: la creciente desigualdad económica y social».

Los procesos sociales y religiosos que se impulsaron en el Quiché de los años setenta y ochenta, por ejemplo, tenían como objetivo primordial la creación de oportunidades para quienes el sistema nunca había ofrecido una alternativa. La represión y criminalización que posteriormente llevó a represión generalizada y a los asesinatos con tinte político de la época, tuvieron como principal objetivo la idea de la contención que sostenía la comisión trilateral; dicha contención, sin embargo, no logró realmente su objetivo, tal como se puede apreciar claramente en la masiva ceremonia que hace unas semanas se desarrolló en el Quiché, al rememorar a sus mártires, ahora considerados beatos por la Iglesia Católica.

La democracia guatemalteca, por lo tanto, sigue sin resolver el principal problema irresuelto que nunca ha podido enfrentar: producir condiciones que permitan disminuir la desigualdad, para ofrecer mejores condiciones a la gran mayoría de la población, que solo tiene la libertad de morirse de hambre. El gran poeta, Otto René, lo sintetizó en un poema fundamental:

Aquí no lloró nadie,

aquí sólo queremos ser humanos

comer, reír, enamorarse, vivir,

vivir la vida y no morirla.