LA DEMOCRACIA NORTEAMERICANA, A PRUEBA.

«El trumpismo es un partidismo sin controles, sin barreras. Es un enfoque de la política donde todo gira en torno a la obtención y el mantenimiento del poder» Julian Zelizer

Las advertencias de que las cosas irían mal empezaron desde el primer minuto en que Donald Trump llegó a la Presidencia de uno de los países mas poderosos del mundo: Estados Unidos. Su estilo confrontativo, populista, despectivo, tendiente a decir mentiras -le han contabilizado más de 20,000 mentiras en sus 4 años de mandato-, ya podría anticipar lo que vendrían los siguientes 4 años, si fuera reelecto: durante su primer mandato, Trump atacó a la Prensa independiente, desestimó las más longevas tradiciones políticas y se negó sistemáticamente a que las investigaciones en su contra prosperaran, llevando al país a una división sin precedentes que se manifestó en el inusitado interés ciudadano por salir a votar: las elecciones norteamericanas del 2020 serán recordadas como las más concurridas en la historia, pero también como las más difíciles y complicadas.

Las advertencias del mismo presidente anunciando un posible fraude electoral por los votantes por correo ya eran un anuncio de lo complejo que iba a ser el proceso electoral; la única alternativa para evitar el posible conflicto era un proceso electoral contundente en contra del actual presidente, tal como pronosticaban las encuestas. Pero los antecedentes del proceso electoral 2016 pesaban significativamente: la victoria arrasadora de Trump en el 2016 había operado en contra de las encuestas y de la voz de los expertos y analistas políticos. El libreto para la crisis estaba garantizado desde el principio.

La primera noche de elecciones, el mapa electoral de Estados Unidos se tiño de rojo: los votantes presenciales, siguiendo las directrices de su partido, acudieron masivamente a votar, enviando un mensaje falso sobre el posible triunfo electoral del actual presidente Trump. Pero el lento conteo de los votos enviados de forma anticipada por correo le fue dando una cara muy distinta a las elecciones, al punto que, en la noche del 5 de noviembre, un apretado escrutinio en Georgia, Pensilvania, Nevada y Arizona hacían imposible que se anunciara un ganador, dos días después del proceso electoral.

Al anuncio del presidente Trump de que se adjudicaba la victoria la primera noche de elecciones le siguió las declaraciones cautelosas de Joe Biden, llamando a que se esperara el conteo de votos. Dos posturas, dos estrategias diferentes: Trump había exhortado a sus electores a votar presencialmente, mientras que Biden había llamado a sus simpatizantes a votar por correo, para preservar su salud en medio de la crisis por el COVID – 19. Posteriormente, las insinuaciones de fraude y los anuncios de acciones legales en los Estados donde el partido republicano perdía terreno electoral, finalmente se materializaron en la conferencia de prensa del presidente Trump, donde abiertamente hablaba de fraude, lo cual fue visto por los lideres de ambos partidos políticos mayoritarios como un ataque directo a la democracia.

La mayoría de las analistas predicen que este es el momento más difícil para la democracia norteamericana, debido al influjo populista del presidente Trump. Los próximos días se verá claramente si la longeva institucionalidad democrática del país podrá sobrevivir a esta incipiente crisis, o si las repercusiones de las irresponsables actitudes del presidente Trump llevaran a una mayor crisis política, nunca vista en la historia reciente.

Las lecciones desde Estados Unidos concuerdan con lo que ha ocurrido en otros países del continente: las ambiciones personales de Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Evo Morales, por poner algunos ejemplos, demuestran que el influjo de los caudillos populistas le hacen mucho daño a los procesos electorales: de hecho, el que existan figuras autoritarias y mesiánicas parece no ser el problema: el problema es porque tantos ciudadanos se sienten fascinados por tales figuras caudillistas, tal como se demostró en las elecciones norteamericanas, lo cual debe ser motivo de reflexión, ya que lo que está en juego es el futuro de la democracia: si no logramos revertir estas tendencias caudillistas, la democracia  parece tener sus días contados, especialmente en países como Guatemala, con una frágil institucionalidad.