LA CRISIS DEL LAZO SOCIAL Y LA CEGUERA DE LAS CIENCIAS SOCIALES

Luis Fernando Mack

“La ciencia muchas veces ni siquiera sabe lo que no sabe y dónde debería concentrar su atención e investigación. Su no-saber permanece latente, implícito y no reconocido” Ulrich Beck

Uno de los aspectos que más recurrentes en la reflexión de las ciencias sociales es la naturaleza constitutiva de la sociedad: ¿Qué aspectos identitarios y de solidaridad caracterizan a los conglomerados humanos?, ¿Cómo se crean, mantienen y cambian las reglas que permiten el orden y el cambio en las sociedades humanas?, ¿Cómo se combina la maldad con la bondad, para reproducir los lazos sociales que permiten consolidar el “cemento” que mantiene unidas a las comunidades humanas?, ¿Qué diferencia a la sociedad humana de resto de sociedades animales?.

La respuesta a estas interrogantes se ha desarrollado por miles de años, y la respuesta nunca había sido suficientemente satisfactoria, debido a las múltiples interpretaciones que se han dado al respecto de cada interrogante. Por ejemplo, la noción de autoridad, el papel de la ética y de los valores en la capacidad de mantenimiento del orden en una sociedad que favorezca la estabilidad de los comportamientos y de las expectativas, de manera que se consoliden los aspectos que cohesionan e identifican a los individuos, en vez de provocar el conflicto y la polarización, han tenido dos posturas diametralmente opuestas: unas, que postulan que existen valores y normas universales de comportamiento -el universalismo moral-; y otros que postulan que la moral y los valores, deben estar situados en el contexto y la historia particular de cada sociedad -el relativismo moral.  

Los tiempos modernos, sin embargo, han complejizado enormemente la capacidad de los científicos sociales de analizar a la sociedad, y de dar respuesta a las múltiples paradojas que surgen de la observación de las sociedades humanas contemporáneas: la imagen de un “mundo desbocado”, como planteaba ya Giddens hace muchos años, se ha ido profundizando, de manera que los procesos de cambio se han intensificado como nunca antes en la historia, debido a muchos factores, pero primordialmente, a que ha emergido una suerte de conciencia colectiva cada vez más individualista: lo colectivo va perdiendo sentido, justo porque se asienta cada vez más en un individualismo institucionalizado. La homogeneidad parece que no es ya la base de las sociedades, sino la diversidad, la pluralidad de valores y el cambio constante. Sociedades, por tanto, basadas en relativismo moral cada vez más guiado por la lógica particular y única de cada ser humano, articulada muchas veces por una multiplicidad de fuentes y vivencias personales irrepetibles, que hacen compleja la visión de “verdades verdaderas”, universales y válidas en todo tiempo, y en todo lugar. Frente a ese mosaico de valores, identidades, formas de pensar y vivencias, la capacidad de articular el todo de una sociedad se ha vuelto cada vez una tarea cada vez más compleja y precaria:  vivimos una crisis del lazo social como nunca había experimentado la humanidad.

Las redes sociales y la forma que contribuyen a configurar lo que se ha denominado como “posverdad”, o la verdad que mas le gusta a cada persona, es solamente el signo característico de estos tiempos convulsos: Ulrich Bech diría que solamente es la consecuencia de las generaciones que han nacido y vivido en la libertad. Por esto, atestiguamos por todos lados el aumento de la división, la emergencia de “valores” que por momentos niegan lo que por décadas se ha considerado bueno o justo, de manera que la sensación es de una gran crisis de valores, cuando en realidad, atestiguamos crecientemente un cambio de época de consecuencias dramáticas. Por eso, Bauman hablaba de “modernidad líquida”.

Lamentablemente, las ciencias sociales están respondiendo de forma muy tardía a estos desafíos, especialmente porque perduran lo que Beck llama “categorías zombis”: visiones de un mundo más estable y unificado, característico de las sociedades tradicionales y de la modernidad temprana.

Para sociedades como la guatemalteca, donde las elites nunca se preocuparon por consolidar una identidad y una solidaridad que articulara a la sociedad y la mantuviera cohesionada, la tarea de construir puentes entre los muy diversos grupos y clanes que conviven de forma forzada en este territorio que llamamos Guatemala, el desafío de la cohesión y la solidaridad es doblemente problemática: intentamos construir unidad, justo cuando las sociedades se están diversificando. La entropía social que caracteriza al mundo moderno, por lo tanto, ya era una característica central de la sociedad guatemalteca, por lo que la posibilidad de construir una sociedad más integrada es una tarea titánica. El desafío de los científicos sociales guatemaltecos, por lo tanto, es incentivar nuevas reflexiones que permitan la construcción de puentes de comprensión y convivencia pacífica, justo cuando parece que el mundo se encamina hacia la división, la intolerancia y la polarización.