GUATEMALA: EL REINO DE LOS PREJUICIOS

“Hay armas que son simplemente pensamientos. Los prejuicios pueden matar y la sospecha puede destruir.” Rod Serling (1924-1975)

Para los que nos dedicamos a estudiar la realidad de Guatemala, el desafío es constante: ¿Cómo se logra propiciar condiciones sociales y políticas que permitan un cambio cualitativo entre el pasado y el futuro?, ¿cómo se construye un modelo de desarrollo incluyente, prospero, democrático, en donde todos los que habitamos en este bello país, podamos convivir de forma pacífica? ¿Cómo se construye la unidad, en medio de tanta polarización, violencia y descalificación hacia el otro diverso? La respuesta a estas interrogantes es intentar superar el legado de división que siempre hemos reproducido de forma sistemática: en Guatemala, abundan los prejuicios y las divisiones que generan no pocas dinámicas centrifugas, como autentica inercia conflictiva es difícil de superar.

La primera gran división es étnica: Dentro de los movimientos sociales y en muchos análisis políticos, el tema es constante: necesitamos construir una nación de verdad, no la “patria del criollo” que se edificó desde siempre, con el consecuente racismo estructural con el que se edificó las bases de este país, aspecto que fue oficialmente reconocido en el acuerdo sobre identidad de los pueblos indígenas (AIDPI), como por la Comisión Presidencial contra la Discriminación y el Racismo (CODISRA):

“Los pueblos indígenas han sido particularmente sometidos a niveles de discriminación de hecho, explotación e injusticia por su origen, cultura y lengua, y que, como muchos otros sectores de la colectividad nacional, padecen de tratos y condiciones desiguales e injustas por su condición económica y social” (AIDPI)

Este primer obstáculo, superar el racismo estructural, ya es en sí mismo un problema enorme, ya que existe mucha resistencia cultural y social a reconocer este legado histórico. Lamentablemente, no es la única división que prevalece en Guatemala: existen otros clivajes de conflicto profundos que nos dividen de forma sistemática: la segunda gran división es la que se deriva de la condición de clase: ricos contra pobres, que puede ejemplificarse en el personaje de Celia Recinos, la Jacky, representante de la “Maliche” guatemalteca que caracteriza muy bien a una parte de la elite empresarial guatemalteca, tan desconectada de su propio país. Una variante de este clivaje es la división campo/ciudad, alentada de forma constante por la estructura institucional del Estado, que concentra la inversión, la densidad institucional y la infraestructura productiva en el departamento de Guatemala, lo cual provoca que la región metropolitana represente cerca de un cuarto del electorado guatemalteco: coloquialmente, se dice que la capital pone y quita presidentes, en detrimento del resto del país.

Si estas divisiones no fueran ya suficientemente problemáticas, existen otras divisiones que complican el esfuerzo de unidad: la división ideológica izquierda-derecha, la desconfianza que surge entre civiles y militares, así como una larga lista de dualidades dentro de las que caben la división empresario-activista de derechos humanos, o la división católico/evangélico, o incluso la diferencia rojo vs crema, al punto que muchos espacios institucionales y de sociedad civil, están diametralmente divididos por estos diferencias sobrepuestas, que se refuerzan unas a otras. La inercia conflictiva, por lo tanto, siempre prevalece sobre los esfuerzos de unidad.

Construir unidad en ese entorno polarizado no es fácil: empieza por reconocer en el otro, a un ser humano con el que puedo dialogar, entender, y finalmente, aprender a respetar. Es el camino de la unidad, pero respetando las diferencias; no la unidad basada en el vasallaje y la sumisión. Empieza por entender que no todos los empresarios son rapaces; que no todos los movimientos sociales son revolucionarios; que no todos los de izquierda son revanchistas, etc. Encontrarme con el otro, y reconocer en él o ella, un ser humano que siente, que entiende, que sueña, es un paso fundamental para emprender el camino de la negociación y la reconciliación, el único camino para construir una Guatemala auténticamente incluyente, y no simplemente la versión opuesta de lo que actualmente existe: un vasallaje de los hoy oprimidos sobre los que ahora son opresores.