ENTENDIENDO EL DILEMA NORTEAMERICANO: CARISMA VS INSTITUCIONES

Luis Fernando Mack

La historia nos ha demostrado que, en los períodos de crisis, en que usualmente impera la narrativa mencionada del hombre fuerte, el liderazgo narcisista prospera más que en otras épocas“ (Serlavós y Batista)

Uno era calmado, conciliador, con imagen venerable y pacífica; el otro era puro fuego, carisma y pasión. Uno era considerado una persona poco extraordinaria, que acostumbrada a ser un personaje a la sombra de alguien más; el otro, era la pura imagen del éxito y la autoridad, concentrado en una frase icónica de un popular programa televisivo: “Estas despedido”: nadie hubiera imaginado una contienda más desigual y polarizada que la que vivió Estados Unidos en el 2020, y si hubiera ocurrido en una época diferente a la actual, quizá hubiera terminado en una victoria arrasadora de Trump sobre Biden. Pero los 4 años de la presidencia del primero habían representado el desafío más grande que la institucionalidad estadounidense había enfrentado en  mas de 200 años de vida democrática: Trump se había dedicado a desafiar, una por una, todas las más reconocidas tradiciones, leyes y verdades que durante siglos, habían sido el fundamento más venerado de una de las democracias más longevas y estables del mundo. En cualquier país latinoamericano, Trump hubiera sido el Daniel Ortega de Nicaragua, el Fidel Castro de Cuba, o el Hugo Chávez de Venezuela.

Trump es el mejor ejemplo de “institucionalidad” cuyo pilar fundamental es el carismática, que según Max Weber, se sustenta en una autoridad emotiva y una organización patrimonial: el primer rasgo distintivo es esa contradicción inherente que despierta, en la que te adhieres a su figura y lo sigues sin cuestionar; o lo rechazas y lo combates sin cesar, debido a que el segundo elemento distintivo de este tipo de institucionalidad es la incertidumbre y el cambio constante. La adhesión de los partidarios se sustenta en una visión altamente emotiva sobre las cualidades excepcionales y casi sobrenaturales del líder, adhesión que es inmune a la razón, a las adversidades y al dolor, por lo que impulsa a los seguidores a sacrificios inimaginables que son incomprendidos por el resto de las personas que no se han adherido a ese carisma en particular. 

Biden, por el contrario, es la viva imagen de lo que Max Weber llamó institucionalidad Burocrática, que se sustenta sobre la base de una racionalidad legal-racional en la que prevalece el orden de las reglas establecidas, aspecto que usualmente se basa en la santidad de lo instituido (la tradición). Justo por esta centralidad de las reglas y las tradiciones que estrictamente hablando, no se requiere de la excepcionalidad de personajes carismáticos: basta con la imagen de la serenidad y la tranquilidad de un liderazgo como el de Joe Biden.

 La mirada moderna, por supuesto, tan influida por el llamado culto a la personalidad, ha desvirtuado enormemente esta visión estable y ordenada sobre la burocracia, al punto que el término es sinónimo de lo caduco, lo ineficiente y lo inútil. Y es que la rigidez de las reglas burocráticas las vuelve obsoletas con el paso del tiempo, debido a que son incapaces de adaptarse las cambiantes circunstancias del entorno, especialmente en una época de cambios vertiginosos como la actual.

La ventaja de la institucionalidad burocrática es que una vez establecida y consolidada, genera su propia inercia que la hace inmune al cambio: la imagen de un sistema electoral complejo, arcaico y frágil como el norteamericano, es el ejemplo de una institucionalidad basada en la santidad de lo instituido: en cualquier parte del mundo, tal sistema sería presa fácil de los caudillos mesiánicos y carismáticos, al estilo de Donald Trump. La ventaja de la institucionalidad carismática es que es pura adrenalina, emotividad y cambio; justo por ello, es altamente inestable, contradictoria y efímera: seguramente, Trump será visto por las generaciones futuras como una anomalía altamente peligrosa, así como ahora ven los alemanes el liderazgo de Adolfo Hitler en el siglo pasado.

Buena parte de la crisis de la democracia en el mundo tiene su origen en la contradicción permanente entre ambos tipos de institucionalidad: cada vez que surgen los liderazgos carismáticos, ponen a prueba los fundamentos de la institucionalidad de cualquier país, y hay muchas democracias que sucumben al influjo de los caudillos. Estados Unidos, por el contrario, ha superado temporalmente la prueba que Trump le ha impuesto; la crisis, sin embargo, está lejos de terminar: el desafío ahora es restablecer la unidad y la confianza en las instituciones, tan asediadas durante la presidencia de Donalt Trump.