EL CULTURICIDIO GUATEMALTECO

Luis Fernando Mack

“El culturicidio es el proceso de aculturamiento o eliminación de una cultura. Etimológicamente quiere decir matar o eliminar una cultura” Diccionario Abierto y Colaborativo.

La primera vez que pensé en lo poco que nos han inculcado el amor a lo nuestro fue cuando tuve la oportunidad de viajar a un país centroamericano, a vivir el encuentro con jóvenes de diversas nacionalidades: en un momento de reconocimiento y de intercambio cultural, los anfitriones nos pidieron a los representantes de cada país, organizar un baile o un canto que identificara la cultura y la identidad de Guatemala. El desconcierto entre los chapines era evidente: ninguno de los participantes guatemaltecos de ese encuentro, era de origen indígena, y lo único que se nos venía a la mente era bailar un son, que obviamente interpretamos muy mal. En contraste, el resto de las delegaciones recitaron o ejecutaron pequeñas muestras de identidad nacional que aún hoy, recuerdo vívidamente.

La segunda vez que me cuestioné esta falta de identidad nacional fue cuando fui estudiar al extranjero: contrario al resto de colegas de otros países, nunca pude unirme a ninguna red de chapines que vivieran en la ciudad de México, pese a que varias veces lo intenté: el rechazo siempre fue tajante. De hecho, ni siquiera pude establecer una comunicación fluida con la embajada guatemalteca en ese país: la única vez que fui, se me trato con tal indiferencia y desdén, que jure no volver por ahí, a menos que fuera estrictamente necesario.

La última anécdota al respecto ocurre cada vez que debo celebrar un cumpleaños: es usual que la celebración empiece con el conocido canto de las mañanitas al estilo de Vicente Fernández, mientras que la gran mayoría de guatemaltecos desconocen que existen al menos, dos versiones nacionales de dicho canto de celebración para los cumpleañeros: una de las versiones fue elaborada por Claudio Quemé y Benigno Mejia, mientras que la otra versión pertenece a la autoría de José Ernesto Monzón.

Con el paso del tiempo, he seguido reflexionando sobre esa muy conocida tendencia a despreciar nuestro entorno y nuestros valores: la sección “cultural” de muchos noticieros, se dedican a reflejar lo ocurrido con artistas y valores extranjeros, sin siquiera hacer mención a los muchos valores nacionales. El estado deplorable en el que el Estado mantiene al Ballet moderno y Folclórico, declarado “patrimonio cultural de la nación”, son un indicio claro de que nuestra identidad está construida en el vacío. De hecho, creo que la mayoría de los guatemaltecos desconoce la lista de “patrimonios culturales” que poseemos, muchos de los cuales, simplemente están relegados al olvido sistemático.

La prueba más tangible de ausencia de identidad nacional está a la vista de todos cada 15 de septiembre, época en la que el país se llena de una gran cantidad de banderas que representan un mosaico interesante de tonos azules, fenómeno que nunca he visto en ninguna parte del mundo, en donde existe un acuerdo básico y universal sobre los tonos que deben estar representados en la bandera nacional. En este último punto, doble falencia: una, de las autoridades, a las que poco les importa regular este tema tan simbólico y visible, y dos, la indiferencia ciudadana, que jamás se ha molestado en exigir una homologación del color del que debía ser el máximo símbolo de identidad nacional.

Sorprendentemente, uno de los personajes mas controvertidos de nuestra historia, el general Efraín Ríos Montt, tenía clara esta ausencia de identidad nacional: En una entrevista con la periodista Pamela Yates, en 1982, Ríos Montt declaró: “Pero hay un problema muy importante, y este es el problema serio, mira: nosotros somos un conjunto de naciones con características propias, con idiomas propios, con costumbres propias. No nos hemos integrado como una sola familia. Somos una cantidad de naciones especiales. Y eso lo hemos perdido de vista. Y entonces queremos crear una nacionalidad que es una fantasía, que es farsa”.

La farsa de la nación guatemalteca ha tenido consecuencias nefastas: ha permitido que se ignore y menosprecie de forma sistemática los valores y riquezas que provienen de nuestra diversidad cultural, favoreciendo el proceso de aculturación que permita eliminar las diferencias culturales, para asimilar la guatemalidad a la idea los “Whitemalan”: los herederos modernos de los criollos, los de doble nacionalidad, la de los ricos y poderosos que tienen su cuenta en Suiza, se curan en Texas, y salen de compras a Miami.

Por eso, el ingenio chapín está siempre relegado a un segundo plano, debido a que nuestras “ilustres” autoridades y líderes siempre están buscando respuestas y modelos exportados. Mientras sigamos siendo así de malinchistas, el destino de nuestro país será ser siempre la eterna olla de cangrejos con la que siempre se nos ha comparado: un pueblo sin memoria, sin identidad y sin lazos mínimos de solidaridad. El conflicto, la polarización, la violencia y el subdesarrollo, por lo tanto, tienen su arraigo profundo en esa ausencia de un proyecto de nación que permita cobijar bajo un mismo cielo, a tantos pueblos que, en vez de convivir pacíficamente, se excluyen y luchan por la eliminación del otro diverso.