EL CAMBIO EMPIEZA EN LAS URNAS

Luis Fernando Mack

“América Latina confirma su deseo de un cambio verdadero que priorice políticas más sociales con la elección de propuestas más progresistas en sus gobiernos”. Asier Hernando Malax-Echevarría

Las novedades electorales en América Latina en el 2021 demostraron una tendencia a elegir gobiernos progresistas en varios países de la región, el último de ellos, la esperanzadora victoria del candidato izquierdista Gabriel Boric, un joven representante de la llamada “generación sin miedo” y un líder en ascenso surgido en las protestas estudiantiles del 2011 en Chile, el cual llega con la esperanza de toda una nación de revalorizar la política, para que empiece a hacer realidad los anhelos de cambio que fueron la auténtica promesa del ahora presidente chileno. 

A Gabriel Boric se le unen las victorias de los candidatos progresistas Luis Arce en Bolivia en el 2020, Pedro Castillo en Perú y Xiomara Castro en Honduras en el 2021, sin considerar el controversial caso de la reelección del candidato Daniel Ortega en Nicaragua, quién pese a tener un discurso socialista, es considerado el representante de la nueva derecha en América Latina. La complejidad de Nicaragua merecería una discusión aparte. 

Los analistas más respetados en América Latina por lo tanto, visualizan una tendencia progresista, debido probablemente a la mala calidad de la democracia que prevalece en la región: el prestigioso Washington Post publicó recientemente un artículo de autoría colectiva, donde se afirmaba: “Los candidatos con plataformas izquierdistas han logrado victorias en una región con dificultades económicas y una desigualdad que va en aumento”.

En ese contexto de descontento generalizado, el candidato o candidata que pueda capitalizar esa promesa de cambio Indudablemente se alzará con la victoria, una reflexión que parece muy relevante para Guatemala, que ya en el 2022 empezará a vivir un lento revivir de la fiebre electoral que seguro dominará en el 2023, aunque la tendencia electoral en nuestro país parece más bien desalentadora: los últimos dos gobiernos electos, el de Jimmy Morales en el 2015, y el de Alejandro Giammattei en el 2019, confirman más bien una tendencia marcadamente conservadora y de tintes cada vez más derechistas, aspecto que confirma la larga hegemonía conservadora que ha prevalecido en Guatemala en todo el siglo 20. 

Analizar las claves del cambio en la región, por lo tanto, pueden servir de aprendizaje para una Guatemala urgida de buenas noticias, y el reciente triunfo de Xiomara Castro en Honduras, puede servir de medida de comparación, dadas las similitudes que presenta Guatemala con el hermano país: una sociedad cansada de la vieja política corrupta, un ascenso de las manifestaciones ciudadanas de protesta, y una crisis política recurrente que ha mantenido la polarización política desde que se gestó el golpe de Estado en el 2009. 

Recientemente tuve la oportunidad de platicar con analistas y líderes sociales hondureños en un evento virtual, por lo que aproveché para discutir ampliamente las claves de la victoria de Castro. El resumen de la plática se puede sintetizar en 4 puntos clave: 1. La profunda y arraigada esperanza de cambio que paradójicamente, se inspiró en las movilizaciones ciudadanas en Guatemala del 2015; el desgaste acelerado de la figura del Presidente Juan Orlando, que llegó a ser el enemigo público número uno, incluso para los mismos miembros de su propio partido; 3. La unidad de los opositores que finalmente se concretó en una alianza poco ortodoxa entre las dos figuras más relevantes del cambio: Xiomara Castro y Salvador Nasrala, y 4. La herencia positiva de una serie de cambios en las reglas electorales que lentamente fueron fortaleciendo la esperanza del cambio; la última de esas reformas fue la separación funcional del Tribunal Electoral, lo que le dio suficiente independencia al órgano electoral para resistir las posibles presiones políticas del partido oficial. 

Guatemala comparte un contexto similar al de Honduras en los primeros dos puntos, aunque se diferencia dramáticamente en los últimos dos: ni los actores progresistas han tenido el coraje de presentarse en un gran frente común, ni las agendas de transformación política han priorizado el cambio de las reglas electorales, por lo que paradójicamente, el cambio en Guatemala se visualiza con menos intensidad. La esperanza, sin embargo, es lo último que debe morir. Si logramos aprender de los errores, las elecciones pueden significar el inicio del tan anhelado cambio.