EL BARCO HACE AGUA

Eduardo Mayora Alvarado

Una de las más conocidas metáforas es la del “barco”.  Un barco presupone un espacio relativamente chico, si se le compara con el de una ciudad de tamaño medio, por ejemplo, que, además no puede ir en parte en curso y en parte fuera de curso, no puede en parte flotar y en parte hundirse, como tampoco puede llegar buen a puerto, sólo en parte. 

Además, si un barco prende fuego, todos corren peligro y, por supuesto, también si hace agua. En ese sentido, si bien unos pueden viajar más cómodamente que otros en el mismo barco, a un nivel muy básico, todos corren la misma suerte. Si el tiempo es bueno y propicio para navegar !Qué bien para todos! Si hace tormenta, lo contrario. 

Y, por ese hecho de que en un país, en una sociedad políticamente organizada, también corren todos la misma suerte, es que la metáfora del barco es válida. Claro está que, todavía más que en un barco, en toda sociedad hay desigualdades y con frecuencia los males sociales se llevan con mayor dificultad por unos que por otros. Sin embargo, nadie es tan rico, tan poderoso o tan afortunado que, cuando su país, su sociedad está en crisis su vida, en nada cambia.

Ahora bien, hay ciertas personas que, al carecer de escrúpulos y tener ambiciones que superan sus medio lícitos para realizarlas, hacen el cálculo siguiente: si me dedico a actividades corruptas, dañando así en alguna medida mi propia vida, pero logro hacerme rico de la noche a la mañana, realmente, ¿no estaría yo mejor, a pesar de ese daño real que causo? Obviamente, se responden afirmativamente pero, sujeto a la condición de que no les pesquen.

Para que esa condición se cumpla, hace falta un poco de suerte, un Ministerio Público débil y sobre todo, unos jueces y tribunales “manejables”. Ya sea por un precio, ya sea por una amenaza, ya sea por ignorancia e incompetencia, los jueces y magistrados “manejables” contribuyen a tender un manto de impunidad que, a su vez, permite que se cumpla la condición que hace rentable las actividades de corrupción.

Vistas así las cosas, a todos los que van en el mismo barco que se llama “Guatemala”, si no son inescrupulosos y se ven a sí mismos trabajando duro para ganarse el pan de cada día, necesitan de jueces y magistrados incorruptibles, para que el barco no haga agua y termine hundiéndose y a todos los que carecen de escrúpulos y están dispuestos a cambiar de vida por medio de actividades corruptas, lo que más les conviene y por lo que habrán de luchar es por jueces manejables. 

Me temo que en este barco, en nuestros días, solamente luchan por el tipo de jueces y magistrados que les convienen, los inescrupulosos. Los ciudadanos que tienen cierta honorabilidad, que sus consciencias les mandan a salir cada mañana a generar el sustento de sus familias en un trabajo honesto, no actúan. O son poquísimos los que actúan. Así, poco a poco, entra más agua; el gobierno del barco se hace más difícil y, cuando hay mal tiempo, las olas le hacen dar cabezazos más fuertes y bambolearse. El proceso no para, pero los inescrupulosos van en cabinas de primera, degustando champán, disfrutando de buena música y mejor comida. El mal tiempo es así más llevadero. El capitán les advierte: —los riesgos de la zozobra total son cada vez más grandes; pero, he aquí el drama: en medio de la tormenta, a los corruptos sus ganancias los ciegan y los honrados, se quedan con los brazos cruzados.