¿DÓNDE ESTÁN Y QUIÉNES SON LOS BUENOS?

Héctor Salvatierra

salvatierra1hector@gmail.com

¿Cuántos años lleva Guatemala sumido en deplorables indicadores de pobreza con efectos deleznables en salud, trabajo, seguridad, propiedad y educación? ¿Por qué la corrupción no merma? ¿A qué se debe que la justicia sea injusta? Y… ¿Por qué las elecciones son fuente de desencanto?

Las respuestas a las anteriores interrogantes y a cualquier otra en la misma dirección se engloban en que prevalece el interés particular. El interés puede ser individual, familiar, grupal, gremial o sectorial, pero invariablemente busca el beneficio propio, en perjuicio de una masa que entre la frustración y la amargura apenas puede quejarse, solo eso, quejarse cuando ve que las mafias se llevan todo.

Frente a esa realidad, del lamento ciudadano surge la duda-demanda de por qué los “buenos” no se involucran en las acciones de Estado, en tanto que supuestos “buenos” esgrimen diversos pretextos para mantenerse al margen, el más usual: “el desgaste es demasiado”. Así nos encontramos con que los “buenos” ni siquiera aceptan integrar juntas directivas de condominios.

Por supuesto, hay “buenos y buenas” que se quitan el temor y las comillas, y actúan como buenos, aunque la lucha no sea fácil, pues los lastres del interés mezquino están enraizados en donde el ejercicio del poder es un festín para quienes ven en él la puerta para sobrevalorar los costos, crear plazas fantasmas o fantasmales y otras expresiones de la corrupción alimentada en asociaciones, consejos, empresas, comunas,  y demás puntos en los que, a juzgar por lo que vemos, los esfuerzos consecuentes de los buenos y buenas son contracorriente.

Ahora bien, es oportuno determinar bueno en qué sentido. ¿Bueno o buena de sentimientos? ¿Bueno o buena por su capacidad de gestión? ¿Bueno o buena por sus intenciones? Y es que a veces una “buena persona” es muy noble, pero inútil en los ámbitos que exigen decisión o ignora dónde están las minas de una ley con trampa que saben esquivar los corruptos. Al respecto vale mencionar el refrán que reza: “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”.

Enfoquémonos en la administración pública, el pulmón del Estado. La pandemia de la covid-19 ha dejado en claro cuán esencial es, pero lo desarticulado que está el sistema de salud. Esa situación mantiene desamparada a la población que no puede atenderse en el servicio privado. De esto y de otras cosas más, la corrupción es la responsable en gran medida.

Bien sabemos que gente honesta hay en todos lados; sin embargo, en entidades autónomas, descentralizadas o privadas las mafias marcan el paso. Si vamos a lo gremial, el engendro de las comisiones de postulación se quedó en buenas intenciones, pues al ser prostituidas han oscurecido los procesos en que se les integra.  

Respecto de los comicios, es usual la imagen de dar láminas o carnitas a votantes que no priorizan perfil ni propuesta de trabajo del aspirante. Claro, quien recibe láminas por lo menos toma algo que le cubre su pobreza, pero, por ejemplo, un/una profesional que sufraga con una tortilla con carne en la mano, no se está muriendo de hambre. Otra postal nefasta en elecciones: el acarreo, como los que se observan en eventos donde no pocos votan según les digan, no como quisieran.

Como lo anoto arriba, las mafias practican aquello de “hecha la ley, hecha la trampa” y en tal sentido han podrido el sistema. Romper el cerco mafioso implica que los buenos y las buenas no piensen en ensuciarse, sino en participar desinfectados. También es importante actuar y opinar desde lo racional, no desde lo emocional, ya que a veces la mirada es complaciente o se dirige a otro lado cuando una persona conocida y apreciada es parte de la mafia. A propósito de emocional, para quienes desean un mejor país no ayuda eso de descalificar al otro por ser de izquierda o derecha, más cuando estos no se comportan como lo que aparentan.

Guatemala, entonces, no tiene un problema ideológico, sino un sistema corrupto que funciona desde la visión individualista, esa en la que “si me va bien, qué bueno; si me va mal, solo puedo quejarme”. Relego lo ideológico porque si a discursos vamos, hay unos con cien puntos en palabras, pero cero en coherencia de acción. Las necesidades son claras, nos falta humanismo de verdad.