CRÓNICA DE LA INDIFERENCIA COTIDIANA

Luis Fernando Mack

“El Papa Francisco dijo una vez que vivimos en la globalización de la indiferencia. Hemos dejado de asombrarnos por las atrocidades” Leire Regaño Monllor

Si tuviera que describir en pocas palabras a la sociedad guatemalteca, diría que somos un país de contrastes increíbles: con gente que puede llegar a niveles de heroísmo y solidaridad increíbles, pero combinados con pasajes cotidianos de insolidaridad e indiferencia muy marcados; con gente emprendedora, trabajadora y dedicada, pero que en muchas ocasiones utiliza el ingenio y la innovación para estafar, dividir y profundizar la exclusión; una tierra que parece estar bendecida por Dios, debido a la infinita variedad de recursos humanos y naturales que poseemos, con una riqueza cultural que cualquier sociedad envidiaría, pero que paradójicamente, se desangra por la violencia, la marcada indiferencia ante el sufrimiento de una mayoría de la población que trabaja de sol a sol cada día, para apenas recibir un sustento que lo condena a una muerte lenta. La Guatemala que conozco es bella y aberrante, solidaria e indiferente, violenta y pacífica, unida y enfrentada: una amalgama increíble de bondad y maldad, intrínsecamente relacionadas, y por momentos, imposible de separar.

Entender Guatemala ha sido siempre mi objetivo, pero siempre que intento captar el asombro y el horror que me causa lo que observo cotidianamente, me es imposible terminar de entender el misterio de una sociedad que tiene todo para triunfar, pero que se aferra sistemáticamente a todo aquello que lo llevara al fracaso anunciado. Como la selección de futbol: en un eterno ciclo de esperanza-fracaso: aun cuando se le han invertido grandes cantidades de recursos materiales y emocionales, parecen siempre está destinada a estrellarse siempre en un mar de fracasos anunciados, que se minimizan por el consuelo de “quizá la próxima”, ocasión de triunfo que por supuesto, nunca llega. Como si existiera una suerte de maldición imaginaria, parecida a la inscripción que aparece en el infierno de dante: “Abandonar toda esperanza, quienes aquí entráis”.

Por ejemplo, desde que tengo memoria, siempre me ha asombrado la infinita capacidad que tiene la sociedad guatemalteca de resistir, de manera estoica, todos los males que nos ha tocado vivir en esta tierra prodigiosa, pero tan llena de problemas e injusticias. Ese estoicismo lo he podido comprobar en los últimos meses, al observar cómo la sociedad reacciona ante la ya declarada y evidente ineficiencia gubernamental para desarrollar un plan eficiente de protección que permitiera a la mayoría contar con la protección de una vacuna que podría muy bien salvar muchas vidas en riesgo.

La primera reacción evidente ha sido la de minimizar el riesgo: las calles de la ciudad se llenan de personas que aparentemente viven como si nada hubiera pasado, desafiando cotidianamente a la pandemia.

La segunda reacción ha sido la de “sálvese quien pueda”, cada uno buscando donde viajar para poder conseguir la ansiada vacuna, para lo cual no se escatiman recursos. Por eso, los cínicos que siempre han vivido del dolor quisieran que el gobierno les permitiera vender la vacuna, aprovechando la desesperación colectiva.

La tercera reacción ha sido la astucia: he platicado con personas que han buscado afanosamente la forma de forzar el acceso a la vacuna ya sea haciendo cola sin tener registro o cita asignada, simplemente apostando a un golpe de suerte, o buscando al familiar o amigo que pueda garantizar la protección, mediante el conecte adecuado.

Por último, un numeroso grupo personas simplemente se han resignado a sobrellevar el peligro, ya que saben que no cuentan ni con los recursos materiales, ni con el tiempo para apostar por un golpe de suerte, ni con el contacto adecuado que les permita sortear los obstáculos para acceder privilegiadamente a la tan ansiada vacuna.

El resultado: una sociedad que sufre en silencio, que tiene capacidad infinita para resistir estoicamente la tragedia cotidiana de una clase política y empresarial gobernante que es marcadamente indiferente al dolor generalizado, lo que favorece la reproducción diaria del abuso, el irrespeto, el despojo y la exclusión.