CONTRA TODA ESPERANZA

Andy Javalois

En 1988 mientras cursaba el cuarto grado de bachillerato, el profesor de sociología nos pidió leer el libro de memorias de Armando Valladares, un disidente cubano del régimen castrista. El título no podía resultar más elocuente: “Contra toda esperanza”. 

Recuerdo haber hablado con mi papá sobre la lectura asignada, y como al día siguiente ya tenía en mis manos un ejemplar de la edición publicada por Plaza & Janes. Me parecía un libro grande como guía telefónica (de esas prácticamente extintas) y temía no terminar de leerlo.

Me volqué a la lectura como pocas veces antes lo hice en mis años de colegio. De hecho, el libro me atrapó. Las revelaciones de Valladares alimentaron mi repulsa por los regímenes totalitarios. En general, por cualquiera que abuse del poder. Incluso podría decirse formulé un sencillo paralelismo entre las anécdotas del disidente cubano y la novela de Asturias El señor presidente. El punto de encuentro lo vi en el autoritarismo, en los vejámenes, en el aprovechamiento del cargo público.

En ambos casos, pareciera no existir esperanza alguna. La tortura, física y psíquica, están presentes y son cotidianas. Los dictadores que figuran en dichas obras, representan lo peor de la condición humana. Claro está, siempre se presentan ante sus conciudadanos como una especie de mesías. Expresan a través de los medios de comunicación a su alcance, su preocupación por el bienestar del pueblo. Eso sí, espían a ese pueblo a través de sus policías secretas, fomentan la autocensura, el individualismo radical, la deslealtad y la traición.

En el caso de las memorias de Valladares, entendí en parte, la diáspora cubana hacia los Estados Unidos de América y otros países. Porqué habrían de permanecer bajo la tiranía de un régimen totalitario. Ahora bien, en el caso nacional, a pesar de que desde 1984 se dio un supuesto giro hacia la democracia, las circunstancias no resultan mejores.

El último gobierno militar entregó la banda presidencial a Vinicio Cerezo Arévalo en 1986. Desde entonces, con el único exabrupto de un autogolpe de Estado promovido por Jorge Serrano Elías, hemos transitado primero cada 5 años y luego cada 4, por el periplo de elecciones y nuevos ciudadanos al frente del Organismo Ejecutivo o en el Organismo Legislativo.

Entonces que provoca la situación en que parece estar perennemente Guatemala. Esa situación que motiva el éxodo cotidiano de miles de connacionales, que arriesgan la vida, para alcanzar oportunidades laborales que les permitan a sus hijos y nietos la dignidad que se les ha negado a ellos en su propio país. La situación que impulsa a los sectores sociales más desfavorecidos a tomar las calles y avenidas, las intersecciones en carreteras.

La realidad apabullante de Guatemala obliga a preguntar ¿Qué impide se pueda concretar el propósito por el que se creó el Estado de Guatemala?  Artículo 1. Protección a la persona. El Estado de Guatemala se organiza para proteger a la persona y a la familia; su fin supremo es la realización del bien común.

Es cierto, ahora no vivimos bajo una dictadura como las de antaño, pero si vivimos bajo una dictadura de cleptócratas. Obsesionados en organizarse para proteger sus mezquinos intereses, tienen como fin supremo su bienestar personal. Pretenden ejercer el poder de forma absoluta y entre sus justificaciones destacan palabras como ideología, soberanía, seguridad nacional y orden público. Se benefician en gran medida de la propensión nacional al legalismo, fomentado desde la academia. De esa cuenta, como en otros regímenes totalitarios, sus villanías se traducen al lenguaje jurídico mediante la normatividad. Adquieren así visos de legalidad y legitimidad.

Por si no resultara suficiente, aprovechan las redes sociales para trasladar su mensaje de antivalores. Su dogma reza que el que critica debe ser anatemizado, perseguido, condenado. Las propuestas que puedan resultar en merma a sus prebendas se ridiculizan y a sus autores los condenan al ostracismo. Incapaces de contraargumentar, los cleptócratas imponen las letanías propias del fanatismo más irracional.

Como ocurre con el libro de Valladares, aún contra toda esperanza, no vale la pena sumirse en posturas individualistas a ultranza, en la indiferencia y peor, en la omisión que permita la actuación impune de quienes aspiran solo al enriquecimiento a toda costa y al ejercicio desmedido del poder. Tal vez como   ocurrió al autor cubano, podamos superar las adversidades y expresar con todas nuestras fuerzas, que esto no es un asunto de ideologías, sino de burdos delincuentes que quieren seguir beneficiándose impunemente de este Estado.