Como mueren las democracias.

“Las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder” (Levitsky & Siblatt).

Uno de los últimos trabajos del reconocido politólogo estadounidense Steven Levitsky aborda el tema de la crisis de la democracia moderna como un proceso generalizado de aumento del autoritarismo, pero ya no en su vertiente clásica de golpes de Estado y regímenes militares, sino en su vertiente pseudo-democrática: un autoritarismo amparado en los mecanismos y procedimientos que la misma democracia electoral ha construido. Desde esa perspectiva, este autoritarismo es más sutil y perverso: se instala en el corazón del sistema democrático, por lo que revierte la esencia de la democracia, sin alterar la forma de esta.

La consecuencia pragmática más relevante de esta argumentación es que ahora es mucho más difícil diferenciar entre la verdadera democracia, y estas democracias adulteradas que aunque parecen iguales, se articulan de forma diametralmente opuestas: las primeras, garantizando la alternancia y la rendición de cuentas, mientas que las segundas, anulando la posibilidad de la alternancia en el gobierno y concentrando el poder en manos de unos pocos, aunque manteniendo formalmente las mismas reglas con las que accedieron al poder. Cuando ocurre este proceso de adulteramiento de la democracia, arribamos finalmente a un tipo de régimen que Lekitsty llamó hibrido: un autoritarismo competitivo, porque formalmente se somete a la voluntad popular mediante elecciones, pero en realidad, el juego político es desigual: no existe alternativas reales.

Según Levitsky y Siblatt, para identificar las tendencias políticas que corren peligro de convertirse en este autoriarismo competitivo, hay que identificar 4 características:

  1. El líder en el poder acepta débilmente las reglas establecidas, criticándolas cuando le conviene.
  2. Negación sistemática de cualquier oposición: la posibilidad de equivocarse es nula.
  3. Cuando el gobernante se ve contrariado, no duda en apelar a la violencia.
  4. En el ejercicio de su poder, el gobernante amenaza con limitar y controlar a la oposición, incluidos los medios de comunicación no afines.

En la radiografía que ofrece Lektsky, el comportamiento de Alejandro Giammattei está peligrosamente cerca de estos cuadros indicadores, ya que ha sido frecuente que, en sus discursos presidenciales, ataca y se burla constantemente de sus opositores, demostrando una personalidad histriónica, volátil y temperamental que parece tener una predisposición exagerada a la violencia.

Lamentablemente, los tiempos de la pandemia no han hecho más que fortalecer estas tendencias autoritarias que ya Levistky había identificado en la etapa pre-covid-19, de manera que lejos de promover el fortalecimiento y profundización de la democracia, estamos en un momento crítico en el que se está fortaleciendo el autoritarismo, tal como Levitsky y Siblatt adverten en su libro:

“La combinación de un autócrata en potencia y una grave crisis puede, por ende, ser letal para la democracia”.

Ojalá, encontremos la forma de revertir estas tendencias autoritarias, de manera que encontremos la forma de conciliar nuestras diferencias y convivir de manera pacífica bajo las normas de la democracia electoral.