BUKELE, EL INCÓMODO, Y SU PROMESA DE CAMBIO.

Luis Fernando Mack

“Ellos están peleando por volver a controlar el Estado, (…) se han quedado solo con sus organizaciones que distorsionan la realidad del país y que tienen intereses creados” Nayib Bukele.

Los acontecimientos políticos del hermano país salvadoreño sigue dando mucho de que hablar: en un candente pero emotivo discurso con motivo del segundo año de gobierno frente al parlamento, el presidente Bukele desarrolló los argumentos que han conquistado el corazón y la voluntad del pueblo salvadoreño, un discurso que retrata muy bien el legado excluyente y elitista del sistema político vigente en el Salvador desde la apertura democrática.

Empezó haciendo el recorrido de su trayectoria política, enfatizando el anhelo de cambio que desde hace muchos años, se les había negado a los salvadoreños: el único cambio que ocurría era el tamaño de la billetera de los políticos que desde siempre, se han dedicado a prometer, sin cumplir realmente. Desde esa perspectiva, el antes estaba marcado por el fracaso de las instituciones políticas establecidas por los partidos tradicionales, que solamente hacían más rico al rico, y más pobre al pobre: “generaciones enteras nacieron y murieron, sin acceso a la salud, donde la educación era un privilegio. Toda una vida, y durante todo ese tiempo, nada cambio”.

Un aspecto fundamental de su discurso fue cuando habló del cambio del sistema político formal, que estaba basado en la polarización de la izquierda y la derecha, cada uno enfrascado en controlar el aparato estatal, sin realmente tomar en cuenta a la población salvadoreña. En ese sentido, la lucha ideológica solamente dejó un rastro de dolor, muerte y violencia que se extendió por 200 años:

“Con los años, el Estado amplificó los problemas de muchos, para poder mantener y amplificar los beneficios y los privilegios de unos pocos. A eso le llamaban democracia, pero en realidad eran cinismo e hipocresía. Durante 200 años, la democracia fue una pantomima: todo era un teatro. (…) Así funcionaba el sistema. A ellos nunca les importo la gente, solo les importaba los votos. A ellos les digo: sigan reclamando a ese sistema que veían a nuestro país como su finca,  y a nuestra gente como sus peones, sigan rasgándose las vestiduras, porque ya no pueden seguir enriqueciéndose a costa del pueblo salvadoreño”.

Su discurso, por lo tanto, se baso en caracterizar el antes y el después: un antes marcado por la lucha de izquierda y derecha por controlar al Estado, pero a espaldas del pueblo: ambos eran la misma cara de la oligarquía. Y la promesa de que ese sistema ya ha terminado; y la respuesta ciudadana parece indicar que la ciudadanía le da la razón. Es indudable que el pueblo salvadoreño exigía un cambio, y ha visto en Bukele la voz de todos aquellos que no tenían posibilidad de hablar y expresarse.

Por supuesto, es más fácil prometer que cumplir, pero mientras se construye ese nuevo sistema que Bukele está prometiendo, la lección que hay que extraer es Bukele ha despertado a ese gigante dormido, que cuando encuentra un interlocutor válido, sale decididamente a respaldarlo. Las imágenes de las protestas multitudinarias en Colombia, Nicaragua y Chile, son otra muestra de ese poder ciudadano que cuando decide tomar cartas en el asunto, el sistema político tiembla.

Para Guatemala, la lección es amarga, pero aleccionadora: las voces que hablan de los abusos del actual partido de Gobierno y sus aliados, que lentamente han ido reconquistando todos los espacios políticos que habían perdido en los años del frenesí investigador de la mano del MP y CICIG, esperarían que hubiera una gran indignación ciudadana que llenara nuevamente las calles y exigieran un cambio. Sin embargo, el pueblo guatemalteco parece cada vez más indiferente a las voces de alarma que se alzan regularmente en el escenario político guatemalteco. Este innegable hecho debería hacernos reflexionar profundamente: quizá los actores que se dicen pro-cambio, en realidad son percibidos por la población como más de lo mismo, debido a que no han sabido conectarse con los intereses y expectativas de la ciudadanía que dicen defender.